La preocupación por la inflación y la estabilidad de los precios es una de las variables macroeconómicas que se registra en la historia de la economía desde la antigüedad hasta el presente. Sin embargo, se trata de que en los últimos decenios es que ha ocupado la mayor atención de la política económica y, en particular, en los programas gubernamentales.
En la historia de la política macroeconómica moderna, la inflación ha sido el epicentro de los problemas económicos desplazando al empleo en el debate económico y el diseño de la política económica, fruto de que la política monetaria y los bancos centrales la asumen como como su principal objetivo. Y ha sido así, ya que se ha demostrado que el flagelo de la inflación puede y debe controlarse ya que esta genera distorsiones en el sistema de precios y en el sistema de información, relevante en una economía de mercado.
El fenómeno de la inflación acapara la atención no tan solo de los consumidores, si no también de los gobernantes quienes ven hundir su valoración y perdida de apoyo ante la población. Es por tal situación que es muy frecuente ver a un gobernante tomando medidas apresuradas con el objetivo de frenar la inflación y evitar mayor profundización en el deterioro de su imagen.
Por las razones expuestas, en su fase de desesperación muchos gobernantes llegan a considerar que, imponiendo la autoridad de fijar precio, y hasta promover venta de alimentos por debajo de los precios de mercado, es la vía adecuada y correcta para lograr la estabilidad de precio. No obstante, con decisiones de esa naturaleza lo único que se evidencia es el desconocimiento brutal, por parte de estos, de que un sistema de precio está en función de la ley de la oferta y demanda e inducido por la política económica.
A Luz de la razón, algunos gobernantes no logran entender que cuando se oficializa el precio de los bienes de consumo inferior al precio de mercado, en lo inmediato, esto se traduce en una reducción de la oferta a ese precio y da paso a la escasez de bienes y servicios de precio controlado. Pero en su afán de que el gobierno lo único que le importa es dar la impresión de que en el corto plazo está combatiendo el incremento de la inflación, ignora por completo que sus acciones crean situaciones indeseadas en otras áreas de la economía.
La dimensión de los fenómenos inflacionarios es tan contundente que induce a muchos gobernantes a caer en una etapa muy delicada de desesperación y tomar las peores decisiones, la cual se agudiza hasta provocar que se obnubile la razón. Es por tal situación que muchos gobernantes se ensombrecen de tal manera que generalmente tienden a confundir una ley ordinaria, fruto de una acción legislativa, con las leyes económicas las cuales son las reglas científicas que dominan los fenómenos económicos y que rigen aspectos como la oferta y la demanda.
La ley de la oferta y la demanda es la principal ley económica que predomina y conduce a los economistas a tener una mejor comprensión de los fenómenos económicos cuando entran en la etapa de análisis. Sin embargo, muchos gobernantes están convencidos que, apelando al control forzoso de los precios para frenar el desorden de los mismos, es la mejor opción y cuya preocupación es demostrar su capacidad para desarticular el abuso e imponer el orden económico.
Resulta inocultable que la inflación se ha convertido en el fenómeno de principal preocupación de la economía a escala planetaria, con un comportamiento histórico sin precedentes, cuyo final es incierto con un impacto destructivo en las cadenas globales de suministro. La mayor incertidumbre que predomina es la incógnita que se derivan sobre los resultados de las políticas monetarias de los bancos centrales para frenar y reconducir el fenómeno inflacionario.
El fenómeno inflacionario tiene un costo muy elevado por los males mayores que han venido causando y que todo apunta que permanecerá hasta mediado del 2023. Los gobernantes deben de ser reflexivos y aceptar que de este proceso no se sale ileso, a pesar de los esfuerzos contundentes de los bancos centrales para que el fenómeno inflacionario global no supere el 8% a finales del 2022.