Venezuela tapa todo y si queda algún lugar lo cubre Argentina, a la que ya muchos argentinos llaman Argenzuela.
Entre tropiezos y revolcones económicos, inflación desbocada, conflictivos pagos de la deuda externa, bajas calificaciones, escasez, variados controles y tipos de cambio, entrega de medios de comunicación a amigos y testaferros, inseguridad ciudadana, nepotismo y corrupción y los desbordes verbales, acusaciones al imperialismo, al capital internacional, a la oposición de derecha, burguesa y fascista y la “existencia” de conspiraciones varias y de toda especie denunciadas por sus respectivos presidentes, ambos países ocupan todos los espacios de los medios de información internacionales y nacionales; aunque estos no tanto en Venezuela donde están bastante acosados.
Mientras tanto Rafael Correa, en Ecuador, pasa casi desapercibido. Y no es que no sea tan bolivariano como Maduro y Cristina Kirchner ni menos arrogante y a la vez tan temeroso como ellos de volver al llano y tener que rendir cuentas.
Pero Correa lo ha hecho mejor. Sin veleidades de liderazgos o paternalismos “off shore” y con menos voluntarismo ha cuidado más la economía de su país y se ha evitado los actuales estrés de sus colegas.
Podría afirmarse que incluso ha sido más eficiente que aquellos dos en materia de censura de prensa y manejo de la justicia y del Congreso.
Es más, se ha preocupado, por ahora y felizmente sin éxito, de acallar a aquellos organismos que lo investigan por violaciones a las libertades y derechos humanos, y de que figuras internacionales de distintos ámbitos lo respalden, asesoren y le expresen su simpatía .
En estos casos, empero, ha tenido algún traspiés: se le han destapado algunos tarros – lo que les pagó- y seguramente con el tiempo se habrán de destapar otros.
Este tipo de cosas indigna a la población ecuatoriana, pero aun más la sublevan los nuevos avances autoritarios de Correa. Esta inquietud ciudadana comenzó a manifestarse en las elecciones municipales de febrero pasado en las que, pese a los controles, censuras y usos de los mecanismos del poder, el oficialismo perdió en las más importantes ciudades, entre ellas la capital, Quito, Guayaquil y Cuenca.
Frente a ello la soberbia y el miedo parecen haber
guiado los pasos de Correa, quien ha preparado un proyecto de código laboral en que se reglamentan y limitan los derechos gremiales y de huelga, no ha respetado derechos y la autonomía de las comunidades indígenas y ha reducido ingresos a determinados sectores de trabajadores. Correa, quien decía a voz en cuello que este era su último periodo de gobierno, ahora, además, ha puesto en marcha una enmienda constitucional para la (su) reelección indefinida de autoridades.
Y lo plantea en el Congreso, con mayoría oficialista, que no es la vía constitucional, la que prevé para estos casos la convocatoria de una Asamblea Constituyente. Parecería que ya no está tan seguro de su popularidad y que efectivamente le preocupa dejar el poder.
Y tiene razón, porque esos avances han tenido como respuesta manifestaciones populares contra el gobierno en unas diez ciudades ecuatorianas.
Las marchas, concretadas el pasado miércoles 17, fueron convocadas por sindicatos, comunidades indígenas y organizaciones estudiantiles, y no pudieron ser contrarrestada por algunas menguadas contramarchas de militantes y grupos de choque del oficialismo, por lo que en algunos lugares se recurrió a represión policial, que en casos utilizó gases lacrimógenos.
Emilio Palacio, periodista ecuatoriano de “El Universo”, perseguido por Correa y quien se encuentra hoy asilado en EEUU, tras señalar la ilegitimidad del mecanismo buscado para la “reelección permanente” resaltó la magnitud de estas manifestaciones y el hecho de estar conformadas por fuerzas populares, -trabajadores, indígenas, estudiantes- , que eran el fuerte del respaldo popular y electoral de Correa.
“ La situación esta cambiando y eso comenzó ya en las elecciones municipales de febrero“. Correa creía que iba a ganar, no controló y después no pudo recurrir al fraude, señalo Palacio.
Igual pasa con estas manifestaciones, cree que la gente acepta sus medidas autoritarias o que sus militantes, -algo decepcionados ‘ por lo que les paga a los simpatizantes internacionales‘-, pueden neutralizar las protestas y el descontento popular. Es lo que ocurre con el poder, los confunde, y “ la soberbia los pierde”, concluyó el colega en el exilio.