La sentencia: ¿qué es peor?

La sentencia: ¿qué es peor?

La sentencia: ¿qué es peor?

Por experiencias propias que mejor es no relatar, soy cauteloso con las decisiones del Poder Judicial. Sus reformas y el remozamiento de sus edificaciones descansan sobre las viejas prácticas y grandes raíces podridas de este poder, sin el que es imposible institucionalizar una república justa y democrática.

Partiendo de él, la que poseemos pugna contra la moral, los principios y las buenas costumbres.

Este poder es un mercado, de cuyas suciedades parasitamos en gran medida dentro y fuera de los tribunales.

Es tan mala nuestra justicia, como el orden social en el que se produce. Pero aun así, mientras nuestro proceso continua descubriéndole su mecanismo debajo de su túnica, soy vehementemente opuesto a la tendencia a que esta se haga demagógicamente, por aclamación popular, o cobardemente.

Eso no sería justicia, seria o podría llegar a corromper aún más a los tribunales y al sistema político, con sacrificios de víctimas propiciatorias y también instaurar el terrorismo social, manipulado.

Es una incitación a saltar como hormigas de la sartén al fuego. ¡Cuidado!. Lo que necesitamos es la república y la democracia republicana; pero no tenemos en suficiente grado la ciudadanía que hizo a Roma la república que fue tras la caída de Tarquino, con aquel sentido de pertenecía y propiedad, igual que de orgullo por la participación en la obra suprema de un ideal de futuro extraordinario, que no puede darse sin un incremento de justicia percibirle, ni con pueblos moralmente deprimidos o sin identificación con una razón de ser común.
Mis nietos llaman “cheposos” a los afortunados; y F e l i x, era en el latín antiguo el apodo que se les daba a estos inexplicablemente acaudalados por su “suerte”.

Félix Bautista, a quien llamaremos “el afortunado”, y así bautizado por su nombre, para mí es un tigre, aliado a un equipo de “leones”, mercaderes de la política del zoológico nacional, que juntos o separados, repugnan a la ética y a la razón elemental.

Tales ideas mías, extensibles a sus patrocinadores e imitadores, no prueban nada que como delitos les sean atribuibles, ante ningún tribunal del mundo, porque ni las sospechas ni el rumor, la presunción o la apariencia son elementos de prueba; y el juez de la querella, en última instancia, decide hasta por su íntima convicción. Tanto se le acredita en otras partes.

Pero pudo suceder aquí, que las pruebas aportadas por la Procuraduría y debatidas en el proceso, no soportaran las acusaciones.

También que el juez especial fuera ciego ante ellas. Práctica muy vieja en uso para legitimar o lavar ilicitudes.

El caso de “el afortunado” es solo un episodio, repetido dentro de un contexto que es el que debiera ocuparnos y no lo hacemos, en el cual predomina la inescrupulosidad conductual acompañada (por diferente causas) por una pereza moral, cómplice o permisiva, igual que recíproca, cuyo tratamiento político no es puntual ni coyuntural.

Es necesario que cada cual ponga el peso de su autoridad personal, grande o pequeña, en el platillo progresista de la balanza política, en donde sea integralmente eficaz para esta necesidad.



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