A lo largo de nuestra historia, el país ha contado con embajadores sobresalientes de los Estados Unidos de Norteamérica.
Entre ellos recordamos algunos recientes, como el amigo Robert Pastorino y su rol en los inicios de la lucha contra el narcotráfico, o Donna Hrinak, diplomática de carrera caracterizada por su agudo sentido de percepción. Hoy nos toca Robin Bernstein, que sin esa trayectoria profesional en el servicio exterior de su país va plasmando sus propias huellas.
Habiendo llegado a República Dominicana a los pocos meses de haberse establecido oficialmente relaciones diplomáticas plenas con la República Popular China, la Sra. Bernstein ha evidenciado como prioridad en su agenda reafirmar los lazos vinculantes entre su país y el nuestro.
Con una habilidad poco usual, la dama ha sabido entretejerse en las fibras sociales, económicas y políticas dominicanas con gran nivel de aceptación.
Todo ello debe considerarse al momento de enjuiciar las palabras que recién ha pronunciado en el almuerzo mensual de la Cámara Americana de Comercio (AMCHAMDR) con motivo del Día de Acción de Gracias en su país.
En el lenguaje claro que caracteriza a los políticos actuales de su nación, disertó acerca de grandes inconvenientes que, a su juicio, limitan el clima de inversiones norteamericanas en Quisqueya.
Cuestionó la seguridad jurídica y el cambio de factores legales y regulatorios que, en adición a un sistema legal inestable, contribuyen a desincentivar el que haya mayores inversiones de ese país en el nuestro, desperdiciándose con ello enormes capitales y trasferencias tecnológicas.
En adición, planteó lo que a su juicio ha sido la falta de transparencia en los sectores de energía e infraestructuras.
Habrá quienes se molesten por las palabras expresadas, considerando las mismas como una intromisión innecesaria.
Pero también hay aquellos que las aplauden, no tan solo por coincidir con esas expresiones, sino porque conocen la opacidad que ha reinado en transacciones en las cuales el interés político o económico ha impedido un mayor flujo de dichos capitales. Meditemos fríamente el discurso, y actuemos en consecuencia, sin complejos, predisposiciones ni ataduras.