La Semanal, un escenario creado por la Presidencia de la República como mecanismo propagandístico al estilo de Joseph Goebells; indudablemente que ha cumplido con su propósito, visto los resultados desde la óptica de la esfera gubernamental.
La crítica, sin embargo, va para la prensa que no ha sabido obtener el provecho para el fortalecimiento democrático de este espacio, dado el hecho de que, el mandatario, se expone cada siete días ante periodistas, usurpadores de la profesión y lisonjeros que se dan cita en el majestuoso Palacio Nacional.
Pocas veces un periodista tiene la posibilidad de encarar de frente a un monarca, presidente de la República, primer ministro o cualquier otro funcionario público de semejante nivel.
En torno a este escenario ocurre de todo, como en botica. Existe un filtro consistente en que para que un periodista llegue a La Semanal, ya que, a menos que esté asignado a la fuente del Palacio Nacional por un medio de comunicación, requiere de una invitación especial.
Entre cuatro y cinco septuagenarios, no todos periodistas, acuden de manera fija a ocupar asientos, quienes en ocasiones toman turnos para formular preguntas al mandatario del Estado; casi siempre en la dirección de la lisonja.
Los periodistas que cubren la fuente lucen temerosos para formular preguntas incómodas, desconociendo lo aprendido en las aulas universitarias que esa es la naturaleza de un buen periodista.
A ellos les confiero una indulgencia, porque no existen razones para jugársela cuando no lo hacen ejecutivos y propietarios de las empresas para las que prestan servicio.
La Semanal también se presta para los invitados que entran en la categoría de lambones o lisonjeros. Algunos profesionales del periodismo que aún guardan respeto por sí mismo, se la ingenian para rechazar diplomáticamente las invitaciones.
A una periodista recién graduada le impusieron una abstinencia de un mes sin turno para preguntar, debido a una “violación” de los cánones que dimanan de Jorgito, el responsable otorgar los turnos.
Hace apenas una semana que un periodista, tras lisonjear al gobernante, le preguntó por sus golosinas navideñas.
Toda una vergüenza.
En medio de la crisis moral que sacude al periodismo dominicano, resulta interesante reflexionar acerca del ejercicio de esa profesión.
Lo de la reflexión sería solo un sueño, una quimera; ni siquiera los liderazgos ni las instituciones que deberían ser dolientes de un periodismo de calidad lo ponen en agenda.
La verdad es que sin una prensa capaz y responsable se puede considerar una democracia sólida. Así lo afirmó hace mucho tiempo el escritor y poeta danés Hans Christian Andersen al señalar que “la prensa es la artillería de la libertad”.
En la República Dominicana, desafortunadamente, andamos por mal camino en materia del ejercicio del periodismo.
Y para comenzar, hoy ni siquiera se sabe quién es un periodista. Los medios de comunicación y las plataformas digitales están plagadas de usurpadores, quienes nunca han pisado una escuela universitaria de comunicación social ni una sala en la que se redactan noticias.
Una situación peor radica en ciertos profesionales que sí son periodistas y se han acomodado al confort que ofrece el poder; han cambiado sus críticas de ayer al silencio cómplice de hoy.
Desconocen en la actualidad que la crítica al poder es consustancial al periodista, porque son las esferas del poder las que deben ser controladas para evitar los excesos que degeneran en las injusticias sociales.
Los periodistas y medios de comunicación deberían convertir La Semanal en un espacio en el que se cuestionen las acciones del poder y, de esa manera, contribuir con el fortalecimiento de la democracia.