El caso que para muchos puede ser un milagro, para otros es un evento usual, y no por eso sencillo, de la vida en la selva.
Cuatro niños indígenas del sureste de Colombia estuvieron 40 días a la deriva en una de las regiones menos exploradas, más tupidas y agrestes del mundo.
El 1 de mayo, los menores de 14, 9, 4 y un año de edad sobrevivieron al choque de una avioneta en la que viajaban con su madre y otros dos adultos que murieron.
El viernes fueron encontrados por el ejército tras una impresionante búsqueda. El sábado fueron trasladados a Bogotá y reciben tratamiento en el Hospital Militar.
Los medios colombianos hablan de «milagro», «rescate», de «heroísmo» del ejército. Pero para Alex Rufino, un indígena ticuna experto en cuidados de la selva, ese lenguaje manifiesta una ignorancia del mundo indígena.
Más que perdidos, dice, los niños estaban en su entorno, bajo el cuidado de la selva y la sabiduría de años de poblaciones indígenas en contacto con la naturaleza.
El fotógrafo y profesor de la Universidad Nacional admite que durante estos 40 días los niños fueron vulnerables: el alimento es escaso y la relación con los animales puede ser tan complementaria como fatal.
Pero también estaban en sintonía con la naturaleza, asegura. «Protegidos por la selva»
Justo después de dar una clase para niños sobre la Amazonía, este sábado Rufino habló con BBC Mundo vía telefónica de su lectura del caso.
¿Cómo lograron sortear la selva?
Los niños, por intuición, aprenden mucho de sus padres. Cuando van a cazar, a recolectar frutas. Su observación es fundamental. Van aprendiendo lo que les puede servir y lo que no.
A veces se enferman por probar cosas que no deberían, pero ahí es donde están los hermanos mayores, que los ayudan a determinar qué es perjudicial.
Cada árbol, cada planta, cada animal indica dónde estamos, qué hay disponible y cuáles son las amenazas. Y los niños saben interpretar eso.
Además de su aprendizaje, se ayudan de los animales. Por ejemplo, de los micos, que como se alimentan parecido a nosotros, con muchas frutas dulces, sirven de guía. Hay una convivencia entre nosotros y ellos, que, como están en los árboles, van tirando alimento al piso. El reto es adaptarse a su movimiento, que es rápido.
No se trata de imitarlos, sino seguir y observar su paso para encontrar la comida. El quiebre de una rama, por ejemplo, es un indicio del camino a seguir. Su sonido y su paso da alertas de los animales (del jaguar, de la boa).
En esa relación con el mico podemos camuflarnos y protegernos.
El ejército ha dicho que parte de la dificultad para encontrarlos fue que los niños estaban en movimiento. ¿Por qué lo hacían?
Porque uno en la selva no puede quedarse quieto. Por instinto, te mueves.
Porque en la selva nosotros no estamos pendientes de salir, sino de encontrar comida y cosas que nos permitan pasar mejor la noche.
¿Cómo describiría la selva en la que estaban?
Es una selva muy oscura, muy densa, donde están los árboles más grandes de la región. Es una zona que no ha sido explorada. Las poblaciones son pequeñas, y están al lado del rio, no en la selva.
Hay frío, sancudos, humedad.
Es peligroso, porque es el corredor del jaguar, de la anaconda, de la serpiente verrugosa, una de las venenosas más grandes de América.
Pero nosotros no lo vemos desde el miedo, o desde el peligro, sino desde el respeto. Cada centímetro de la selva tiene una espiritualidad que no puedes evadir. Cualquier movimiento implica un diálogo con el chamán, con el espacio. Si no, te puede afectar tu salud o tu seguridad.
Cada cosa, cada árbol, es un ser que puede dar enseñanza, un vínculo que puede dar a cambio medicina y comida y agua. Por ejemplo, los árboles tienen la función de proteger mientras duermes: son el gran ancestro, el gran protector. Te dan cobijo, te abrazan.
¿Qué técnicas pudieron haber usado los niños para arreglárselas en la selva?
Ellos con seguridad encontraron muchas hojas húmedas y pequeños riachuelos, de los que no necesariamente se puede beber.
Pero hay hojas que permiten purificar el agua, pero otras que son venenosas. Hay que cogerlas de cierta manera, lavarlas de cierta manera y luego de un rato, usarlas para recoger agua.
También pudieron usar técnicas de limpiarse el cuerpo con hojas que sirven para que los zancudos e insectos no te ataquen tan fuerte.
Seguro encontraron una pequeña mata que permite limpiar los pies para evitar que las serpientes los vean o los piquen. A esa edad, los 14, ya se tienen ese tipo de sabidurías claras.
Es posible que hayan tenido que comer algún tipo de gusano. Desde una hormiga hasta un ave es comida. Lo que deja detrás un jaguar es otra opción.
Y sobre todo creo que comieron frutas, como manzanillas, unas pepas rojitas dulces que en esta época están en abundancia. Esas ayudan a no deshidratarse y dan energía. También hay polvos que sirven igual que el mambe de coca, un remplazo que da calorías, que calienta el cuerpo.
En la selva uno no se da cuenta que está perdiendo peso: siempre tiene la idea de que está bien. Solo cuando te encuentras gente de fuera te das cuenta de que fuiste vulnerable. Uno nunca piensa que se va a morir: se concentra en avanzar.
¿Cuán común es que un grupo de indígenas esté en esta situación en la selva?
Es común, sí, hasta cada 10 días en promedio cierta cantidad de gente se quedan a la deriva, porque van a buscar frutas o a cazar.
No es que se pierdan, porque están en su entorno, pero sí están a la deriva, sin saber que van a regresar a su resguardo. Y eso es o porque no se sabe el camino, o porque los dueños de ese espacio, los espíritus de la selva, deciden que no es el momento de volver.
Y esa es la pérdida más compleja, porque si te sacan de la selva a la fuerza, los espíritus pueden aparecer de otras maneras. Tu vida y tu salida dependen de la instancia del proceso que estás viviendo con la selva. Salir no siempre es lo que hay que hacer.
Si estos niños se perdieron porque los espíritus lo quisieron, y no pasaron por un proceso con el chamán, y si no reciben el tratamiento que su cultura exige, aún están en amenaza.
¿Qué opina de la narrativa según la cual esto fue un milagro?
A los territorios indígenas siempre se las ha mirado con una narrativa heredada de la conquista, de la religión católica, pero nosotros no hablamos de milagros, sino de la conexión espiritual con la naturaleza.
Es la palabra que vende, pero yo hablaría más del abrazo de la madre que es la selva, la madre que te cuida.
Es difícil de entender esto, lo sé, pero esta es una buena oportunidad para que la sociedad, los seres humanos, aprendan de las distintas cosmovisiones que hay en los territorios.
Más que un milagro, hay que entender que en la selva hay seres que protegen, que acompañan. La selva no es solo lo verde, sino que hay energías milenarias con las cuales las poblaciones se relacionan, aprenden y se ayudan.
El aprendizaje de estos 40 días nunca se les va a olvidar a los niños. Ellos son la cara visible de lo que es ser niño en la selva. Sin el accidente del avión, nadie voltea a mirar cómo viven los niños en la selva, cómo se relacionan con ésta, cómo mueren o sobreviven según el proceso que estén viviendo.
La misma madre, que se convirtió en espíritu tras el accidente, los protegió. Y solo ahora va a empezar a descansar.
¿Y qué opina de la idea de que los niños estaban perdidos?
Pues estaban perdidos en el sentido de que no habían encontrado su lugar, donde está su familia. Pero no, los niños no estaban perdidos porque estaban en su entorno, que conocen y saben manejar.
Hablar de que estaban perdidos es asumir, equivocadamente, que estaban en una selva sin cuidados, en una supuesta tragedia, pero para nosotros no es así: ellos están en su ámbito, en su lugar.
Por ejemplo, la lluvia: se puede pensar que eso los afecta, pero en realidad los protege, te baña, te limpia. Y también: la lluvia impide que los encuentres, porque encontrarlos es, de alguna manera, romper el curso natural de la selva.
¿Cree que en la lectura de todo este caso hay cierta incomprensión de lo indígena?
Totalmente. Desde la narrativa misma del milagro se evidencia una ignorancia. Porque más allá de la inmediatez, hay que entender cómo funciona el territorio. Los mismos abuelos hablaron de los duendes que los pudieron ayudar.
Se habla más del ejército, de la institucionalidad, de los héroes que supuestamente los salvaron. Pero en realidad para nosotros la selva no era la amenaza: fue la misma selva quien los salvó.
Ojalá a los niños les garanticen la dignidad que se merecen, el respeto de su territorio y su cultura. Este es un territorio que está muy golpeado por grupos armados, minería, etcétera, y uno espera que estos niños estén bien.
No hay que presionarlos para que nos cuenten lo que les pasó.
¿Usted cree que los niños siguen en peligro?
Claro. Es más, creo que tienen más peligro ahora que estando en la selva. Porque están afuera, por los medios, por la misma mirada de la sociedad que juzga, que habla de milagro, que los presiona a ser algo que tal vez no son, a recibir tratamientos que tal vez no necesitan.
Es fundamental que se respete el curso natural que les destinó la selva.