La poeta y narradora Ángela Hernández ha vuelto a explorar el mundo bucólico de Quima, y el universo de una pobre familia cibaeña en “Leona, o a fiera vida”, novela publicada por Alfaguara en 2013.
Con los avatares de Leona, su familia, amigos y relacionados, la autora ha tejido una saga, que empezó con el cuento “Masticar una rosa”, narrado en primera persona por una niña, se amplió con “Mudanza de los sentidos”, donde predomina la voz de Leona, y se ha extendido frondosamente en “Leona, o a fiera vida”, de notable registro poético.
Desde “Masticar una rosa” se revela el lirismo que ya traspasa las tres narraciones: “El día me pertenecía. Durante horas, provocaba espumas, avivaba las brasas con el aliento de mis pulmones, vivía la intimidad de la ceniza y el agua.
Lavar ropas era recurrir al agua, al fuego, a la destreza de las manos. Agua, fuego, manos… Las manos primero se arrugaban y crecían, después se me iban desprendiendo tiritas y las uñas se quedaban sin bordes”.
En la novela corta “Mudanza de los sentidos”, Premio Cole 2001, la escritora eligió también un punto de vista infantil.
El personaje-narrador es Leona, chiquilla de nueve años, miembro de una familia pobrísima, pero digna. Por su voz, conocemos las percepciones de la pequeña sobre su entorno y los riesgos políticos que acechan a quienes se oponen al opresor y abusivo de Trujillo, nombrado en el texto como Chapita o Chapón o el Jefe.
El déspota se asoma como si fuese un fantasma. Nunca lo escuchamos hablar. No lo vemos aparecer, mas la sola mención de su figura causa pánico.
El ángulo narrativo es restringido. No obstante, Leona tiene una gran capacidad de observación y mucha agudeza. Además, posee un verbo fluido, que se manifiesta de modo inocente.
Ella no comprende cómo se gestan los conflictos políticos ni cómo se originan las causas de los dramas que inciden en su entorno.
En “Mudanza de los sentidos” no prevalece el tono intimista. Conocemos a las personas, sus penas y ansías. Pero también a través de Leona se atisban los conflictos políticos y sociales de la época marcada por los atropellos de un sátrapa implacable.
En la novela editada por Alfaguara, Leona ha dejado atrás la niñez. Es una joven mujer, a quien su madre, Beba, manda a la capital, a la peligrosa ciudad de los convulsos años que siguen a la dictadura de Trujillo.
Allí tendrá duras experiencias como el acoso sexual al que la somete su cuñado y entrará por primera vez en contacto con un ambiente cultural refinado, pues vivirá durante un tiempo en el hogar de Fresia y Giorgio, dos italianos amantes de las artes, críticos y justos.
Esta narración, la tercera de la saga, proyecta el entorno campesino de los años sesenta, la pobreza persistiendo entre el esplendor de la naturaleza, la mirada inquisitiva de Leona en torno a lo que ocurre en su interior y en el medio circundante y sus particulares puntos de vidas, su sabiduría natural: “Algo se me daba. Algo se me quitaba.
Si recibía, ya debía prepararme para perder. Una frustración presagiaba un legado. Si recibía, perdería. Si perdía, recibía”.
En este texto encontramos muchas voces nuestras que salpimientan el lenguaje poético, una combinación de refinamiento discursivo condimentada con “malas palabras”, tan frecuentes en la oralidad dominicana.
“Mi mirada chocó con sus ojos ambarinos repletos de hilillos rojos y circundados de oscuridad. Resollaba. Una sorda y fugaz explosión se produjo en un espacio inubicable, (eso creí y eso guardé).
Él no se percató de este vórtice de brasas y trozos de hielo. Era presa de un ‘encojonamiento’, palabra frecuente en su boca, usada para ilustrar una borrascosa tensión”.
La obra es también un tratado sociológico sobre la vida campesina, un testimonio de las estrategias de sobrevivencia de los sin fortuna, una relación de remedios caseros, recetas de belleza y de cocina, una poliédrica acuarela de una parte de la nación y de sus tenaces batallas por la libertad.