La decisión del Ministerio de Educación de poner en marcha, por fin, el diseño y posterior implementación de una política educativa que incluya la equidad de género, dejó al descubierto muchas cosas.
Entre ellas, que con frecuencia queremos hacer pasar por debate notorios intentos de monopolizar el espacio público, que no es lo mismo.
Que así quedó de manifiesto, sobre todo, cuando se hizo público (nuevamente) que la orden departamental del Ministerio obedece a un objetivo señalado en el Pacto Nacional para la Reforma Educativa, consensuado socialmente y firmado por los representantes de algunos de los sectores que hoy quieren desconocerla.
Quiere decir que quienes dieron el pistoletazo de salida para la controversia sabían, o debían saber, que lo que tanto criticaban era algo que sus instituciones se habían comprometido públicamente a apoyar.
¿Cómo se explica esa incoherencia? Me parece, y no creo equivocarme, que el propósito no era tanto desandar lo logrado en el Pacto Nacional para la Reforma Educativa, sino conseguir que los focos de la atención pública se centraran sobre ellos, aunque después quedaran en evidencia.
Algo así como la apuesta por el cumplimiento del axioma mercadológico de que “no hay publicidad mala”. Total, una semana o diez días después nadie recordará el escándalo.
Pero este proceder, aunque se olvide, hace daño. El recurso a la excitación constante de la opinión pública dificulta las discusiones a largo plazo.
Y eso, a su vez, ralentiza y hace inefectivas las discusiones que debemos sostener para determinar cómo afrontar los problemas nacionales.
En toda justicia, no solo los sectores ultraconservadores actúan de esta manera. En mayor o menor medida todos somos responsables de este estado de cosas.
Es este el principal reto de largo plazo que enfrenta nuestra sociedad. Más, incluso, que los que han demostrado capacidad para inflamar nuestras pasiones.
Los problemas no se solucionan solos; cuando se les desatiende suelen empeorar y acumularse, creciendo como bola de nieve.
Por ello, es necesario que –todos- aprendamos a calmarnos, a asumir con responsabilidad nuestra participación en el espacio público. No nos queda otro camino. O sí, nos queda otro, pero no es recomendable que lo sigamos.