La república de Duarte

La república de Duarte

La república de Duarte

Juan Bosch hizo de la Constitución de 1963 su programa de gobierno. De su breve paso por la Presidencia de la República recojo una anécdota oída o leída en alguna parte, según la cual alguien le preguntó por qué no quitaba al ministro de las Fuerzas Armadas, a lo que se habría negado sobre la base de que la Constitución se lo impedía.

Era un idealista incapaz de comprender que el pueblo dominicano había heredado el carácter y las instituciones de un hombre absolutamente autoritario que lo mantuvo 32 años bajo su puño.

Había vivido 23 años de exilio, muchos de ellos en Cuba, por donde el desenvolvimiento social, político y económico era otro.

Joaquín Balaguer, trujillista desde 1930 y presidente en varias ocasiones, cuando ya estaba decrépito le rogaba a la opinión pública –a punto de ser consultada– que lo llevara de nuevo al solio presidencial para hacer desde allí el gobierno que había soñado cuando era un niño.

Entre el ideal y la realidad, ha de haberse interpuesto un abismo insondable, porque los esfuerzos por desarticular las estructuras de poder dejadas por Salvador Jorge Blanco y la crisis de la deuda que arropó al mundo, nos legó uno de los momentos políticos más complicados desde la crisis electoral de 1978.

Genio y figura: en todos sus gobiernos hubo una crisis importante, incluido un magnicidio. Sin duda, el ideal de un sueño de la infancia (sabrá Dios qué sueño habrá sido aquel) no pudo imponerse al destino del sujeto.

Cuentan que el presidente Ulises Heureaux (Lilís), que gobernó de 1889 a 1999 sin interrupciones, nos legó en 1898, un año antes de que lo mataran, la tríada que corona nuestro panteón patriótico (Sánchez, el ejecutivo; Mella, el militar, y Duarte, el justo). Pero advirtió: no me muevan los altares, que se me caen los santos.

De los tres, Duarte fue el idealista; los otros dos, en cambio, bastante prácticos. Cualquier análisis macro y microeconómico, social, demográfico, estadístico e institucional, demuestra al más indulgente que solo un soñador podía fundar una república sobre aquello.

Sin embargo, insistió en ello y hoy somos herederos, no de la república de Duarte, sino de la que ha sido posible, es decir, de la que nos han legado Sánchez, que firmó el manifiesto del 16 de enero, colaboró con el Buenaventura Báez que conoció, que se mostró heroico el día de El Cercado; de la que nos han legado Báez, Santana, Luperón, Lilís (que no fue poca cosa), el interventor yanqui, Trujillo y los haitianos, que por estar allí como amenaza vital permanente, tienen su parte en la concreción de la república que ha podido ser.

La República de Duarte, el idealista, sigue esperando. Acaso va una legua delante en cada jornada, como en aquellos días de la fundación, cuando a su regreso del sur entregó la pormenorizada contabilidad de sus actos y sus gastos.



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