Entre los estudiosos locales del Derecho Constitucional es un lugar común afirmar que los dominicanos descubrimos la Carta Magna a finales del siglo pasado, específicamente después de la reforma de 1994.
Quizás desde el punto de vista histórico o sociológico esto no sea del todo cierto, pero la verdad es que desde la perspectiva jurídica sí lo es. Es a partir de ese comento que ha rendido fruto la siembra de hombres como Eugenio María de Hostos, Manuel Amiama, Juan Manuel Pellerano y Julio Brea Franco.
La Constitución ha dejado de ser un elemento más de discursos floridos pero vacíos, y pasó a ser un punto de discusión y un elemento de discusión importante. Ese paso es trascendental, e implicó un cambio profundo en el debate público dominicano.
Con el tiempo, esto se convirtió a la vez en causa y efecto de la transformación de nuestra manera de entender el régimen constitucional. Aunque todavía tienen bordes difusos, ya se pueden empezar a distinguir escuelas de pensamiento en torno a la Constitución de la República.
Esto no debe extrañar, porque como señala Konrad Hesse, a final de cuentas todo constitucionalismo es local. Esto así porque el pensamiento constitucional responde a los retos particulares de cada sociedad.
En nuestro país la clasificación de los constitucionalismos responde a dos ejes fundamentales. En primer lugar el clásico eje ideológico, que responde a la forma en que las personas ven el mundo: conservadores, liberales, progresistas y sus mezclas.
Y en segundo lugar, quizás más importante, el eje que se define por la manera en que las personas ven el sistema constitucional.
En este la división también es ideológica, pero con otra seña. Lo que pesa es qué tan autoritaria o democrática es la visión que se tiene del sistema constitucional.
Para algunos la Constitución no es un pacto social, sino simplemente una imposición de la visión propia del mundo que ven reflejada en su texto.
Entienden que solo es constitucional aquello con lo que ellos están de acuerdo, y que la libertad de las personas se limita a hacer lo que ellos entienden aceptable.
Este tipo de personas suele entender mal la Constitución, porque, con todas sus faltas, esta tiene una lógica distinta y distante a la planteada.
Por eso, quienes quieren ver en la Constitución un sustento jurídico a su cerrazón no resisten el debate constitucional. A lo que se dedican es a salpicar el escenario con insultos con la esperanza de que los demás se alejen asqueados y los dejen solos en el escenario.
Pena por ellos, y por quienes aun les aplauden, aunque cada vez son menos.