Con el gran esfuerzo que representó la celebración de los debates televisivos senatoriales y presidenciales la semana pasada por parte de la Asociación Nacional de Jóvenes Empresarios (ANJE), la actual campaña política eleccionaria entra en su recta final.
Cada uno de los partidos políticos principales, representado por sus candidatos, tuvo la oportunidad de enfrentar sus ideas y planes frente a diversos tópicos entre los cuales estuvo el tema económico.
Pero no todo lo que se va a hacer se dice, y mucho menos aún cómo se haría. Está claro que más que debate entre candidatos, se presenció exposiciones, que en muchos casos eran muy símiles entre sí. Igualmente, como es en gran parte un ejercicio de presentación, discursiva y capacidades escénicas, se presenciaron muchas generalidades y pocas especificidades.
Una de estas áreas envuelta con cierto aire de nubosidad era el tema de la reforma fiscal, y más aún sobre lo que simplemente pudiera ser una reforma tributaria. Mientras que por reforma tributaria se refiere generalmente a la creación, derogación o modificación de leyes impositivas y tasas de impuestos, con reforma fiscal se incluyen además los gastos.
Aunque esta reforma quedó plasmada en la Ley 1-12 titulada Estrategia Nacional de Desarrollo, su cumplimento aún no se ha ejecutado a los doce años de haberse promulgado.
Esto así porque parece que por lo menos en el área gubernamental se espera que se producirán mejoras sustanciales en la eliminación de fugas por concepto de evasión y elusión, mejoras en el perfil de la deuda pública y algunas exenciones que se eliminarían.
Sin embargo, ninguno se refirió al hoyo negro del déficit eléctrico, la abultada nómina publica, el gasto superfluo y la falta de calidad de este, la necesidad de esa reforma como preludio a la reforma del Código Laboral y posteriormente a la seguridad social.
El fin de la era política del balaguerismo y el manejo del Estado por los herederos de Bosch, presagia una continuidad del populismo social de los últimos 25 años y poco más.