La caída en picada del proyecto de reelección presidencial era evidente. Muy pocos creían que fuera posible retener el poder para un segundo mandato. “El horno no estaba para galletica”, se extinguía la esperanza. Esa realidad la veía la población desde afuera.
Pero desde dentro, desde el entorno oficialista, sin embargo, la óptica era otra. Hacía el interior del gobierno se vivía en una “burbuja” en la que se veía que todo iba “viento en popa”, mientras se anhelaba la retención del poder “contra viento y marea” y “a toda costa”.
Nos remontamos a hechos vividos en el 2004 por el Partido Revolucionario Dominicano (PRD) cuando sus dirigentes y partidarios, aunque carcomidos por una división interna, aseguraban que retendrían el poder y reelegirían a Hipólito Mejía. Pero la lucha interna entre los perredeístas y el Proyecto Presidencial Hipólito (PPH) marcaba un cisma insalvable. Todo eso sumado la crisis financiera y de otras índoles que arrastraba el gobierno.
¿No ocurrió algo similar en estas elecciones de julio del 2020 con el Partido de la Liberación (PLD)?. Porque igual que aquella vez, también el peledeísmo no pensó nunca en la posibilidad de perder el poder. Y con ello, sus exquisiteces.
Tanto en el PRD de 2004 (intento de reelección de Mejía y división) como en el PLD de 2020 (fallidas gestiones reeleccionistas de Danilo Medina y división) acontecieron hechos que, aunque disimiles en algunos aspectos, marcaron las derrotas de estos entes políticos.
Estas organizaciones -específicamente- cometieron errores estratégicos y registraron gravísimas divisiones en sus estructuras partidarias, provocando serios debilitamientos internos y de cara a la población votante.
En los meses anteriores a las elecciones de 2004 el país estaba impactado por un extenso e intenso fervor electoral. El PRD luchaba desde el gobierno por retener el poder en manos entonces del Presidente Mejía, cohesionado en torno al PPH y a una suerte de pequeños partidos aliados, aunque con serias disidencias en el seno del partido del “jacho prendío”.
El opositor PLD, en tanto, avanzaba con Leonel Fernández a la cabeza, entroncado a un amplio frente opositor que ganaba adeptos de manera creciente en la población.
Discurrían los últimos meses del gobierno de Hipólito Mejía. Laboraba entonces como periodista del desaparecido Centro de Información Gubernamental (CIG) que se encargaba de difundir “las ejecutorias que realizan las distintas dependencias que componen el Gobierno Dominicano y cuenta, además, con servicios de grabación, soporte y edición en materia de comunicaciones a disposición de las instituciones públicas”. Allí formé parte de uno de los equipos de televisión que acompañaba al presidente en los recorridos por el interior.
El candidato presidencial Mejía nos facilitaba la labor de reporteros, con sus salidas jocosas e imprevisibles, sus declaraciones siempre eran noticiosas. En una oportunidad cubriendo una actividad en un estadio de San Francisco de Macorís, el presidente Mejía salió del parque de béisbol conduciendo un autobús de varios que el gobierno había donado a la comunidad.
-“Miren, el presidente Mejía está conduciendo esa guagua”, decía la gente que se sumaba a la multitud. –“Increíble, es Hipólito que va manejando”, comentaron otros. La gente se fue sumando detrás del autobús que conducía el mandatario y se estructuró una improvisada manifestación que avanzó por las calles de la ciudad, detrás del vehículo en que también iban otros dirigentes perredeistas.
En otra oportunidad llegamos a Salcedo, en la región Norte del país. El Presidente Mejía detuvo la caravana en la residencia de un dirigente perredeísta que era cónsul de su gobierno. Allí sostuvo una reunión privada y los periodistas y camarógrafos no pudimos entrar. Nos quedamos afuera conversando, en eso subía un señor por una de las calles que lleno de curiosidad, se nos acercó preguntando:
-¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué hay tantos vehículos?
El Greña, uno de nuestros camarógrafos estrellas, atinó a decirle: -Oh Señor, es el Señor Presidente de la República que está de visita en su pueblo, siéntase contento…”. A lo que éste pueblerino contestó de manera seca y cortante:
-“Gran cosa, el Presidente visitándonos, gran vaina….”
Cuando vi la reacción de este ciudadano y la frialdad e indiferencia de otros que pasaban por el lugar, comencé a preocuparme. Las cosas parece que no andaban bien para asegurar la viabilidad del proyecto reeleccionista, pensé.
El veterano colega periodista y amigo del alma Joaquín Ascensión, fallecido a destiempo, me vaticinaba con cierta frecuencia que Mejía perdería las elecciones porque su gobierno había perdido el favor del electorado. Pero yo, imbuido en el fervor oficialista, nunca quise creerle.
-“Oye, van a perder, van a perder; puedes ir recogiendo…”-me insistía.
A partir de esos señalamientos comencé a percibir la cosa de otra manera. Observé el malestar a lo interno del partido gobernante, contradicciones entre dirigentes perredeístas y las cúpulas del PPH, además de asomo de “guerra sucia” que ponían en peligro los afanes continuistas. Incluso, en las propias direcciones de prensa, la del Palacio y la del CIG se registraba una soterrada rivalidad que llegó a obstaculizar nuestro trabajo y hasta nos puso en riesgo de muerte en algunos casos.
En una ocasión avanzábamos a toda velocidad detrás de la caravana del presidente Mejía por la carretera que conduce a San Francisco de Macorís. El chofer de nuestra unidad se aproximó a la yipeta del mandatario y un vehículo de la escolta se nos puso paralelo y nos chocó violentamente, lanzándonos hacia los matorrales. Nadie resultó lesionado, gracias a Dios.
De regreso, ya en la capital, una yipeta oficial de la escolta nos detuvo en la avenida Abraham Lincoln frente a la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM). De allí bajó un alto oficial que nos dijo que el choque fue intencional, que se había dado instrucciones para que se impidiera nuestra labor periodística. El oficial, con quien a veces socializábamos en los recorridos, nos dijo que no temiéramos que nosotros hacíamos un trabajo a favor del gobierno y que, por tanto, él y sus hombres nos iban a proteger.
La rebatiña había llegado a niveles increíbles. Entre periodistas, camarógrafos y otros empleados se comentaba la existencia de una tensa rivalidad entre el director de Prensa del Palacio, Luis González Fabra y el director del CIG, Juan Manuel García. Otro momento en que vivimos los efectos de esa tirantez fue en Pedernales cuando se intentó impedir que cubriéramos una actividad del presidente Mejía. Esa vez, mientras yo discutía con un militar para que me permitiera al área del acto, el camarógrafo El Greña aprovechó para escurrirse y entrar, cumpliendo así con nuestra misión.
En resumen, había una tenaz lucha por el control del poder y las contradicciones brotaban a todos los niveles, el área de prensa y comunicaciones no era la excepción.
Trabajaba una noche en mi turno nocturno en la oficina de la CIG ubicada en la calle Dr. Báez número 25 de Gazcue cuando llegó un reportero que cubría una actividad que organizó un movimiento externo y al que asistió como invitada oficial la Primera Dama, doña Rosa Gómez de Mejía. En su intervención ésta expresó claramente que no estaba de acuerdo con la campaña reeleccionista que se le hacía a su esposo. En principio no quería intervenir como oradora principal de la actividad, pero cuando decidió hacerlo, expuso entonces lo que ella pensaba de la reelección.
-Ustedes me invitaron aquí porque desean que me pronuncie a favor de la reelección, pero debo decirle que yo no estoy de acuerdo con que mi esposo continúe en este afán. –Se lo he dicho a él. Mi interés en esto es que él deje eso y vuelva estar tranquilo en su casa, ya no tenemos tranquilidad….
Cuando llegó el camarógrafo con esa noticia de la Primera Dama, llamamos de inmediato a nuestro director, licenciado Juan Manuel García, para que éste decidiera qué hacer con estas declaraciones que contradecían los esfuerzos reeleccionistas que se realizaban desde el gobierno.
Al recibir la información el licenciado García nos solicitó que la aguantáramos y que esperemos a que él llegue a la oficina. Desde que entró a la redacción tomó el casete con la grabación de la actividad y se lo llevó. Preguntó si al acto asistieron otros periodistas y se confirmó que allí había estado un reportero de Radio Mil, pero no sé si llegó a difundir esa noticia. Por suerte la sangre no llegó al río porque la nota–diría yo ahora- no tuvo mayor repercusión pese a la importancia que tenía en ese momento.
Ganó las elecciones el candidato peledeísta Leonel Fernández. Al ser derrotado los perredeístas, el nuevo gobierno, como es lo cotidiano en estos casos, dispuso de inmediato un cambio en la dirección del CIG, departamento estratégico que manejaba la propaganda gubernamental. Esta oficina fue convertida luego en la Dirección General de Comunicación (DICOM).
El licenciado García fue destituido, a los demás nos tocó lo mismo tiempos después. Entre estos estaba el Sargento Custodio, un hombre extremadamente servicial que había decidido no dejarse quitar su trabajito; era afable y presto a realizar cualquier labor que le asignara el director o algunas de las asistentes. Su servilismo llegaba a veces a la exageración.
-“jefe, le traje su cafecito…usted no bebe agua Señor, beba agua, beba agua; déjeme traerle su agüita…”. -“Tenemos que cuidarle la salud, mi jefe; usté sabe cómo e, tenemos que cuidarlo y tenerlo sano…”.
Estaba tan atento, que si el licenciado García salía de la oficina el sargento Custodio tomaba el maletín, folders o cualquier otro papel o pertenencia y lo llevaba a la yipeta. Abría la puerta del vehículo y procuraba que nadie se acercara cuando éste iba a entrar o a salir de su despacho. Era un hombre servicial y entregado a su trabajo.
Con la destitución del licenciado García, hubo que empacar en cajas y sus objetos personales. El día que fue a buscarlos, el sargento Custodio no apareció “ni por los centros espiritistas”.
-“¿Y el sargento donde está para que me ayude?- preguntó. -“Él estaba ahí hace un rato, pero desapareció; no se sabe para dónde cogió…tiene que estar por ahí”, respondieron las asistentes.
Pero Custodio, “un viejo lobo” de las lides policiales, se mantuvo semi-oculto en la próxima esquina de la calle Dr. Báez, desde donde observaba el movimiento de subida de cajas hasta el vehículo. Cuando García se despidió de los empleados y se retiró, el sargento Custodio reapareció:
-“Ya se fue el carajo ese. Yo no sé de qué es que priva esta gente”, dijo. A seguidas, expresó: -Ellos creen que uno tiene que estar cargándole cajas, que las cargue él…”.
– ¿Quién se cree que es? Come m…Esta gente con estos carguitos piensan que son la “última coca cola del desierto”. -Creen que uno tiene que estar cargando cosas, pero están equivocados…”.
Dichas esto ante la mirada incrédula de los presentes, el sargento Custodio llamó aparte a un colega periodista y le preguntó si sabía quién sería el nuevo director del CIG.
-“Tú sabes, “a rey muerto rey puesto”. Hay que dejar la ñoñería, uno tiene ahora que buscársela con el que llegue para mantener esta entradita; no hay de otra, ya estas gentes se van…”.
*El autor es periodista.