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La prudencia

A pocos días de cerrar el año, la ocasión se vuelve propicia para reflexionar sobre un valor humano que debemos ejercitar y colocar en el centro de nuestro pensamiento y acción.

Es un bien incorpóreo que nos ayudaría, indefectiblemente, a obrar desde la conciencia y el buen tino; nos evitaría despropósitos, malos augurios e impulsos indeseados.

Debería ser una práctica más común, más generalizada, más ordinaria, pero, por desventura, no lo es. Me permito compartir algunas ideas sobre la prudencia.

La prudencia, como definición básica, es la habilidad de evaluar las consecuencias de nuestros actos y optar por la decisión más adecuada, evitando riesgos innecesarios, excesos o impulsos. Implica actuar con equilibrio.

A la prudencia se le incorporan otros elementos para complementar su buena finalidad: la cautela, la reflexión, el discernimiento, la previsión.

Roberto Ángel Salcedo

La prudencia utiliza los subvalores de la cautela para evitar acciones riesgosas; acude a la reflexión para pensar antes de hablar o actuar; utiliza el discernimiento para distinguir entre lo conveniente e inconveniente; y es previsible porque podríamos anticipar, a futuro, los efectos sobre nuestras decisiones.

La prudencia como virtud
Para Aristóteles, la prudencia es la virtud que guía a todas las demás, porque permite actuar correctamente en la vida cotidiana.

Es la recta razón en la acción. Aristóteles asociaba la prudencia con la discreción: “El sabio no dice todo lo que piensa; pero piensa todo lo que dice”. Cicerón veía a la prudencia como la madre de todas las virtudes. Para el estoico Séneca, la mayoría de nuestros males proceden por la no actuación prudente.

Uno de los referentes bibliográficos más contundente a la hora de abordar los conceptos de prudencia y moderación lo constituye, sin dudas, Meditaciones, del emperador romano Marco Aurelio.

Este texto, de consulta permanente, es un compendio de 12 libros o cuadernos de reflexiones personales concebidas, originalmente, como un diario privado, que era utilizado por el emperador como guía moral y espiritual.

Marco Aurelio, en el libro quinto, refiere a la moderación como equilibrio interior: “En todo, sé discreto y mide tus deseos. La moderación surge de la capacidad de limitar los excesos”.

Para el emperador, la prudencia debe involucrar todas las vertientes en la vida en cotidianidad, incluido los alimentos, el placer y los hábitos, afirmó con categoría, en el octavo libro: “No seas esclavo de tu cuerpo: no permitas que te ordene qué hacer.”

Ambición y poder
La política como ciencia procura, en primera instancia, la gobernanza y la organización de la sociedad, la gestión del poder, los recursos y la toma de decisiones que impacten en el bien común. Para un ejercicio de tantas implicaciones, la prudencia debe traducirse a un hecho de protagonismo práctico y constante.

En política, la prudencia no debe estar asociada a la timidez o al temor, más bien a la capacidad de tomar decisiones correctas según el momento lo requiera; evaluar consecuencias sociales y políticas; evitar excesos de fuerza o debilidad; gobernar con sentido del equilibrio entre convicción y moderación y, no menos relevante, conservar la serenidad en entornos de presión, provocación o crisis.

La prudencia aplicada a la política es la virtud que evita los errores que destruyen reputaciones, proyectos y liderazgos.
Sobre estrategias, el famoso y ampliamente divulgado libro, El arte de la guerra, de Sun Tzu, refiere al poder y posición de dominio: “La prudencia es no exponerse innecesariamente, elegir las batallas y manejar los tiempos”.

El clásico y consultivo texto de Nicolás Maquiavelo, El príncipe, recoge información pertinente, afirma con elocuencia: “Es propio del hombre prudente elegir un mal menor”. Para Maquiavelo, la prudencia es conocer la realidad, no la fantasía moral. No decidir desde la improvisación: medir las fuerzas y el contexto.

Las sociedades actuales
En el último siglo, las invenciones tecnológicas han motorizado la más compleja transformación de nuestras sociedades. A mayor avance, mayor información y, consecuentemente, todo se traduce en más conciencia y en mayor empoderamiento social y ciudadano.

La filósofa e historiadora estadounidense del siglo XX, Hannah Arendt, en su libro La condición humana, ponderó: “El poder surge entre los hombres cuando actúan juntos, no desde uno solo. La prudencia consiste en construir legitimidad, no solo autoridad”.

La prudencia agrega valor, mesura, sobriedad, fortalece nuestra capacidad analítica y, lo más importante, nos brinda certidumbre de como actuar en cada circunstancia.

La prudencia debe ser un distintivo que forme parte de nuestros primeros pasos vitales: en las aulas, en los puestos de trabajo, en la práctica deportiva, en el afán diario de la política, en el servicio público y, en fin, en que cada momento de nuestra existencia.

Vivir con moderación es, en efecto, un valioso antídoto ante una sociedad absorbida por el consumismo.
La prudencia, con el devenir de los siglos, ha sido estudiada y ponderada en diversos formatos. El más completo manual sobre la prudencia práctica jamas escrito ha sido, indudablemente, El arte de la prudencia, del jesuita español Baltazar Gracián.

En él, encontramos reflexiones importantes que nos convidan a pensar antes de actuar; a medir consecuencias; a guardar y preservar la imagen pública; administrar eficientemente las palabras y los silencios; elegir aliados y conocer a las personas.

El texto de Gracián, difundido y amplificado mundialmente, nos convoca a ser moderados, estratégicos y prudentes.

La prudencia, asumida por todos, se resume en sutileza, cálculo, observación y timing. Seamos prudentes, estos tiempos más que nunca, lo demandan.

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