Aunque el Código de Trabajo dominicano establece un 10% de propina para los servidores de determinados negocios: bares, restaurantes, salones de belleza, etc.
En la República Dominicana hasta los gatos callejeros esperan que sus maullidos sean recompensados con una suma de dinero sustanciosa.
Incluso negocios como Mcdonald’s, Burguer King y otros tantos que sirven a los compradores a través de un mostrador al estilo de un colmado, una farmacia, una tienda o una fritura cualquiera de la ciudad, cargan dicho porcentaje a los clientes.
Pero la situación es más compleja todavía pues, aparte de que muchos establecimientos comerciales exigen un 15% en vez de 10%, para un buen número de camareros y servidores afines ese monto no constituye una propina.
Consecuentemente, esperan que el consumidor lo premie con otro 10% o 15% adicional.
Quien no cumple con tal exigencia es atravesado por una mirada cargada de odio y rabia que hace al afectado sentirse mezquino y miserable.
El otro castigo es ser totalmente ignorado cuando uno retorna a dicho establecimiento comercial.
El resultado final es que el consumidor termina pagando entre un 20 y 30% de propina más un 18% de ITBIS. Visto así, si una persona va con 1,000 pesos a un restaurante medianamente decente solo podrá ordenar comida por 520 pesos, cantidad escasamente suficiente para adquirir un sándwich y un jugo, o un par de muslos de pollo con arroz.
Esto no incluye, claro está, los 100 pesos que espera la persona que estaciona o vigila el vehículo en el que uno se transporta.
Lo penoso es que los dominicanos pagamos religiosamente una doble propina para no ser catalogados de ridículos o tacaños. Sería saludable que los dueños de negocios entrenen debidamente a su personal en cuanto a que si la propina ha sido incluida en la cuenta, no tiene por qué esperar una recompensa extra por el servicio prestado.
Porque, desafortunadamente, quien lleva la peor parte es el consumidor. Es muy desagradable salir malhumorado de un restaurante o de cualquier lugar público al que uno ha entrado esperanzado en encontrar un ambiente descontaminado de los fastidios diarios.
Debemos aprovechar situaciones como esta para exigir nuestros derechos libremente. Cuando los ciudadanos de un país no pelean por lo suyo esa sociedad se torna caótica y enfermiza.
Es cierto que mucha gente tiende a mirar al reclamante con desdén, o que quienes esperan detrás de uno en una fila se enfadan por nuestra “ridiculez” de reclamar, pero no olvidemos que el equilibrio social nace de la igualdad de derecho que tengamos como ciudadanos.