Ya se nos terminó el año 2016. Que le vaya bien. Se nos fue sin reparar suficientemente en que marcaba el Primer Centenario de la Primera Ocupación Militar Norteamericana en República Dominicana.
Es bueno entender que tan doloroso suceso sobrevino no por generación espontánea ni porque el interventor fuese un tiburón ansioso de engullir indefensas sardinas, sino como fruto de las angustiantes falencias que los dominicanos estuvimos acumulando a través de un largo proceso de indisciplina en el que el orden, la concordia y la vida político/financiera del país fueron patéticamente destruidos.
El veneno generado durante aquel proceso estuvo siendo auto/inoculado desde finales del Siglo XIX a través de los famosos y desidiosos empréstitos de Lilí, cuya redención resultara dificultosa cuando no imposible.
Y los Estados Unidos, supuestamente empeñados en proteger a sus “amigos más cercanos”, así decía su presidente Wilson, no querían acreedores europeos a este lado del Atlántico, y a causa de ello decían sentirse preocupados por nuestros desórdenes, razón por la cual asumieron nuestras deudas y exigieron activamente la normalización de nuestras finanzas.
Durante los primeros tres lustros del siglo XX, la amoralidad reinante en RD era tal que los “caciques” regionales, entre los que destacaba un temerario Desiderio Arias, reclamaban en cualquier momento y sin disimulo al gobierno de turno ayudas o donativos por $50,000, o por $100,000, o por $300,000 o por cualquier suma dizque para pagar “gastos revolucionarios” y compensaciones por daños ocasionados a terceros durante la “última revolución”.
Esa situación, sumada a la debilidad militar del gobierno, que, no teniendo cómo hacerse respetar, terminaba invariablemente priorizando el pago de dichas canonjías, lo cual agudizaba, como resultado inevitable, la patética incapacidad general de pago en que se debatía el Estado dominicano.
En aquel ambiente se producían sublevaciones en cualquier región por simple desacuerdo con cualquier medida oficial o hasta por la designación de cualquier funcionario.
Eran los años de las vacas flacas, y el gobierno casi nunca tenía dinero para cubrir sus gastos operacionales mucho menos podría tener para pagar las deudas que había contratado. Además, su mente no estaba en eso, y, cuando solía estarlo, su concentración era interrumpida por reclamos o por rabietas levantiscas de los “caciques”.
A causa de indisciplinas de ese jaez, se había firmado en 1907 una Convención con USA mediante la cual se le cedían en administración a esa potencia norteña las Aduanas dominicanas a condición de que destinara el 50 % de los ingresos al pago de las deudas, el 5 % a cubrir gastos de la gestión aduanera y el 45 % restante para transferirlo al gobierno dominicano a fin de que este cubriera sus obligaciones siquiera pobremente.
He querido enfocar la intervención de este modo para que recordemos que iguales causas producen iguales efectos. Nosotros nos estamos endeudando al vapor, no creo que bajo criterios financieros claros, no estamos siendo todo lo transparente que debe ser un país que ya vivió experiencia tan traumática.
Las clases educadas del país, y mucho menos la intelligentsia nacional, no tienen acceso expeditivo a fuentes confiables de información que permitan evaluar y formarse una idea realista del proceso financiero que vive la nación en la actualidad. Ojalá lo entienda el gobierno.