“Árbol que nace torcido nunca su rama endereza”, refrán popular.
El Poeta me pidió que eligiera otro tema, porque el que había escogido para hoy estaba muy “quemado”. Pero no. Esta vez no quiero ni puedo seguir su consejo. La indignación me ahoga, el dolor me obliga a expresar mi rechazo a una acción brutal, atroz e inaceptable.
Son dos los jóvenes masacrados en destacamentos policiales en menos de 15 días y cinco en el último mes. Muertes innecesarias, sin ninguna justificación.
Los mismos que están llamados a garantizar el orden y la seguridad ciudadana, por el contrario, se manchan desangre las manos y llevan el luto a familias humildes y trabajadoras (porque nunca se equivocan con un ladrón de cuello blanco, un exfuncionario, un capo poderoso, un diputado corrupto). Siempre se ensañan con un infeliz, casi siempre un joven.
Como en los tiempos del presidente Balaguer, ser joven es un peligro en este país en ciertas circunstancias y todo gracias a algunos miembros de la Policía.
Sabemos que los policías dominicanos no son “los niños cantores de Viena”, ni nada por el estilo. Como todos los cuerpos policiales del mundo, forman parte del aparato represivo de los gobiernos de turno y las clases dominantes.
Desde sus orígenes, la Policía Nacional fue puesta al servicio de la dictadura de Trujillo; y lo mismo ocurrió durante el gobierno de los 12 fatídicos años de Balaguer, cuando era un “delito” ser joven y más si te pronunciabas a favor de la libertad y la democracia.
Sin embargo, se supone que bajo un orden democrático, los policías no deben ser una amenaza para la sociedad. Por eso es inaceptable el comportamiento de muchos agentes que ante su incapacidad para someter a un ciudadano a la obediencia, usan la fuerza letal, usan los golpes de garrote como método para someter a un individuo que no representa peligro alguno. Como en los tiempos del cavernícola Trucutú. Un abuso de poder, un acto de cobardía.
En teoría, el gobierno del presidente Luis Abinader parece tener la voluntad de cambiar esa práctica. Desde el año pasado ha designado una comisión para elaborar una propuesta de reforma policial. Pero de “buenas intenciones” está lleno el Palacio de la Policía.
Un escándalo tras otro. Aún no habíamos salido del espanto que nos provocó la muerte a tiros de una pareja de evangélicos en Villa Altagracia a manos de una pandilla policial, cuando en Boca Chica un cabo –fuera de servicio- ejecutaba de un tiro en la cabeza a una joven arquitecta por un simple accidente de tránsito.
Hace un mes, sucedió en Santiago la muerte de Richard Báez, antes de matarlo a palos, los agentes también lo despojaron de 35 mil pesos, según sus familiares. Otra muerte a manos de policías violentos sacudió a la comunidad de Hato Mayor.
José Custodio murió tras recibir una soberana paliza en un destacamento policial de Ocoa. Y, como si no fuera suficiente, este fin de semana se produjo la muerte del joven David de los Santos, de apenas 24 años, tras un incidente menor en una plaza comercial de donde fue sacado por una patrulla.
Como los anteriores, David murió tras recibir una golpiza dentro de un destacamento. Su familia quedó destrozada por la tragedia.
¿Cuántos jóvenes más tendrán que perder la vida a manos de agentes salvajes, con mentalidad criminal, para que se ponga en ejecución la tan cacareada reforma policial?
Más que pésames, se necesitan acciones.