La oscuridad que nos arropa

La oscuridad que nos arropa

La oscuridad que nos arropa

Días atrás, el Presidente sustituyó a cuatro de sus funcionarios. La noticia sorprendió, porque si algo caracteriza al actual gobierno es no tocar, ni con el pétalo de una rosa, a los responsables de las diversas instancias administrativas. ¿Será, quizás, porque a los cercanos al ejecutivo con frecuencia no conviene decirles cuanto ocurre?

El Presidente no puede ignorar que cuando se haga la suma y la resta de su ejercicio, a él le serán atribuidos yerros y bondades.

Ahora mismo la opinión pública está inquieta porque, se afirma, el nuevo ministro de Medio Ambiente ha sido defensor de la explotación masiva de los recursos forestales y de la extracción minera a “cielo abierto”.

De Joaquín Balaguer, valga el ejemplo, nunca se creyó que le interesaban los bienes materiales o que conspiró para cometer un asesinato.

Eso sí, siempre se le criticará por su pasividad ante “la comida de la boa”, y el hecho admitido de que “la corrupción se detenía en las puertas de su despacho”.

Resulta imposible olvidar su respuesta cuando se le preguntó sobre los atropellos y crímenes cometidos por un grupo de manufactura oficial conocido como “La banda” y el mandatario contestó que “de qué banda” le estaban hablando.

Aun se recuerda que las autoridades calificaban como responsabilidad de “incontrolables” la violencia asesina que tiñó de sangre nuestras calles.

Al silencio y la inercia del Ejecutivo de entonces se atribuye en parte las muertes de connotados revolucionarios y de periodistas como Orlando y Goyito.

La memoria colectiva es concreta y específica. Y no solo atribuye al “espíritu de la manada” esta postura de extrema tolerancia.

Puede darse el caso de que la máxima autoridad preste excesiva atención a seguidores habituados a “maquillar” informaciones.

Solo que todos saben que quien ocupa el primer despacho posee fuentes alternas y un desarrollado olfato político.

Salvo que así lo haya decidido, no es alguien a quien se pueda aislar fácilmente.
En el país existen situaciones conflictivas y de cuidado.

Por ejemplo, la infraestructura, a todos los niveles, se encuentra en situación de colapso. Hay graves problemas con los arroceros y otros productores agrícolas que temen una quiebra inminente.

Existe una escalada en la violencia social, en el uso de drogas mayores y una sensación de abandono y desesperanza en vastos sectores. Basta con recorrer el interior del país o seguir atentamente los programas informativos.

¿Alcanzan al Presidente noticias sobre la terrible descomposición social que padecemos, el desorden casi absoluto que se evidencia en todas partes, la corrupción rampante, las violaciones, suicidios y crímenes, la crisis de la familia y de todos los valores? ¿Conoce el ejecutivo la ira que provoca la abrumadora presencia haitiana en el empleo, las escuelas y los hospitales? ¿Conoce los tremendos sobresaltos de los especialistas y del público debido al endeudamiento externo y al intolerable costo de la vida?

Como sugiere Luis Spota en sus seis o siete libros sobre “La costumbre del poder”, puede que el ejercicio de ese poder y las circunstancias que lo rodean provoque una distorsionada o equívoca percepción de la realidad.

Que se termine por creer la propia, insistente y reiterada propaganda de acuerdo con la cual todo está bien y la mar está en calma y el cielo siempre es azul y brillante.

Hay que presumir, sin embargo, que con la remoción de funcionarios cuyo proceder dejaba mucho qué desear se haya encendido una pequeña luz en la casi absoluta oscuridad que padecemo.



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