MANAGUA, Nicaragua. Un nuevo año dio a luz: el 2023. La fanfarria y las celebraciones se manifestaron a nivel universal.
La gente salió a las calles y el cielo se colmó de fuegos artificiales de inusitada belleza. Saludos, abrazos, palabras estimulantes por todas partes.
Rostros desbordados de alegría, palabras de estímulo y bienaventuranza. El aire festivo se manifestaba profusamente porque el arribo de un nuevo año es siempre motivo para una gran fiesta, saludos afables y estimulantes, alegría por doquier.
Presumo, no obstante, que muchas personas, más que celebrar, sentían en su mente y en su corazón razones suficientes para sentirse preocupadas. La llegada de este nuevo año supone la aceleración de numerosos procesos, muchos de los cuales no son para provocarnos alegría y satisfacción. Yo diría que todo lo contrario.
La humanidad y la civilización están al borde de su liquidación definitiva. De un colapso sin precedentes. La confrontación que involucra las grandes potencias y que tiene como primer escenario a Ucrania, puede suponer el fin de la civilización tal y como la conocemos.
El conflicto se acentúa y profundiza cada minuto que pasa. No es razonable poner en dudas que corremos el riesgo de una confrontación nuclear y todos los terribles peligros y la devastación, el dolor y el sufrimiento que un evento de esa naturaleza supone.
Podemos desentendernos y creer que la razón terminará por imponerse y que el escenario expuesto es sencillamente improbable.
Solo hay que observar fríamente las fichas en el tablero universal para descubrir, con miedo y asombro, que, en la misma medida en que avanzan los días, la situación evoluciona peligrosamente y que los riesgos son cada vez mayores. Es de esperarse que la intervención divina haga acto de presencia y que se produzca el milagro del apaciguamiento y el predominio de la razón y la lógica.
En los ámbitos de nuestra República Dominicana, la situación es, a mi juicio, sumamente delicada. Quien analiza fríamente las variables en un año preelectoral, puede que se sienta profundamente preocupado.
Pese a los esfuerzos sobrehumanos realizados por el presidente Abinader, las variables que pueden identificarse en el escenario nacional no son, en su generalidad, promisorias, ni edificantes ni esperanzadoras.
Ciudadanos que teníamos la esperanza de que un ejercicio partidario tan degradado como nefasto que ha hundido al país en un abismo insondable hubiera reducido o disminuido sus niveles de influencia en la realidad nacional descubrimos, con asombro y pesar, que no ha ocurrido así. Todo lo contrario.
Las fuerzas más oscuras, perversas y depravadas siguen ganando terreno. Lo ocurrido a nivel de la justicia y las demandas de recomposición del partidarismo político es lo que indica. Pese a los esfuerzos ejecutados, el crimen y la descomposición han avanzado y su poder e influencia se vislumbran cada vez con mayor ascendiente incluyendo las mismas filas de oficialismo.
Este luce fragmentado y difuso. La iniciativa parece ser de los que proclaman una alianza con los sectores más oscuros y aviesos de la sociedad. De ahí el respaldo que se brinda de manera subrepticia al proyecto inaceptable de establecer campamentos de refugiados, lo que podría presumirse como parte del precio a pagar. De otra parte, se coquetea con una probable alianza con los niveles más degradados del peledeismo y se encaminan diligencias para que se libere de las cárceles y se lancen al olvido las graves acusaciones que pesan en su contra por haber desfalcado de manera grosera la nación.
Esos mismos sectores proclaman una alianza electoral, ya abiertamente, con tales sectores de una parte, mientras, de la otra, se degrada a las actuales autoridades promoviendo un aumento de la inseguridad, las desapariciones, el crimen y los atracos, que incrementan la impopularidad oficial, se recrece el costo de la vida y las presiones de sectores nacionales e internacionales vinculados con tales propósitos aumentan hasta el infinito.
El año 2023 se inaugura en medio de un mar de dudas, confusiones, graves decisiones a tomar y un panorama de absoluta incertidumbre. Lo definitivamente cierto es que los sectores definitivamente adversos a los mejores intereses de la dominicanidad parecen tener la iniciativa y aquellos en quienes el pueblo dominicano depositó su confianza y su esperanza para desterrar todos los males del pasado que han hundido el país en el desconcierto y la incertidumbre figuran como huidizos y atemorizados ante una embestida que, como la hidra, parece tener mil cabezas.
El pueblo dominicano debe hacer conciencia del momento que vivimos y acudir a lo mejor de sí para frenar definitivamente a quienes anhelan hundirnos, definitivamente, en una oscuridad de la que nos será casi imposible liberarnos alguna vez y que, de hecho, supone el final sin esperanza de la República Dominicana como nación libre, soberana e independiente.