Algunos sectores sociales, económicos y políticos de la nación han recibido con júbilo, orgullo y hasta con cierto bien intencionado sentimiento patriótico, el anuncio hecho ayer por el Gobierno de que la Organización de Estados Americanos (OEA) ha escogido a nuestro país como sede de su próxima Asamblea General en el año 2016.
Ciertamente, podría considerarse como un motivo de satisfacción el hecho de que entidades internacionales nos reconozcan méritos para concedernos tal distinción. Pero ¡cuidado con confundir la magnesia con la gimnasia!
La mentada OEA tiene contraída una gran deuda histórica con la República Dominicana.
Resulta imposible olvidar, así como así, que cuando estalló el movimiento del 24 de abril de 1965 que buscaba el retorno a la constitucionalidad en la República Dominicana, los Estados Unidos de América pisotearon nuestra soberanía con una intervención militar, y para “justificar” ese grosero abuso disfrazaron sus tropas con el uniforme de una inexistente y recién inventada “Fuerza Interamericana de Paz”, supuestamente para evitar el triunfo del comunismo en nuestro territorio.
La Patria se cubrió de ignominia.
La sumisa OEA se prestó para “legalizar” la farsa.
Hoy, años después, el Gobierno dominicano debió exhibir su dignidad, condicionando su solicitud o su aceptación (¿?) para ser sede de la mencionada reunión continental, a una retractación histórica, tal como lo hizo, por ejemplo, la Iglesia católica con Galileo dos mil años después de haberlo condenado; o como hizo Alemania cuando inauguró en Berlín, en mayo de 2005, el monumento conocido como el“Holocausto”, en recordación a los judíos asesinados por los propios alemanes en el marco de la Segunda Guerra Mundial; o como también, en un gesto sin precedentes, el entonces Rey Juan Carlos pidió disculpas después del importante revuelo que generó su viaje a Bostsuana a cazar elefantes cuando España atravesaba por una profunda crisis económica.
“Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir”, fueron las palabras del entonces Rey. Y tiempo después abdicó del cargo.
Hay que saber pedir perdón. Y también hay que tener vergüenza y amor propio para reclamarlo. Mientras la OEA no pida perdón, no merecerá nuestro respeto.