Es de elemental cortesía reconocer los errores que uno comete, presentar excusas y pedir perdón.
Esto último –pedir perdón- no es denigrante, no significa que uno ha sido derrotado, sino, por lo contrario, es un gesto de nobleza que requiere mucho valor y un gran sentido de responsabilidad. Dicho en lenguaje popular, “el que mete la pata y la saca a tiempo, queda bien”.
No todo el mundo tiene la valentía de pedir perdón tras reconocer una mala acción. Eso está reservado para los grandes.
La Iglesia católica, por ejemplo, lo ha hecho en más de una ocasión. Recordemos, por ejemplo, el caso del astrónomo Galileo Galilei, quien en el siglo XVII proclamó que la Tierra se movía alrededor del Sol, lo que iba contra las enseñanzas de la Iglesia para esa época, que sostenían que nuestro planeta era el centro del Universo.
Galileo fue condenado por la Inquisición a prisión perpetua, lo cual fue cambiado a prisión domiciliaria. Pero tres siglos después el papa Benedicto XVI rectificó el error y admitió que el astrónomo castigado había ayudado a los fieles a “contemplar con gratitud los trabajos del Señor”.
El mismo Papa fue el primero que pidió en público perdón “por los abusos sexuales cometidos por sacerdotes contra menores de edad”, y otros lo han hecho “por las culpas del pasado¨.
Muy lejos de eso están la Organización de Estados Americanos (OEA) y sus agencias, empeñadas como están en acusar a la República Dominicana de violar los derechos humanos.
¿Ha hecho la OEA algún intento de pedir perdón por haber violado la soberanía y los derechos humanos del pueblo dominicano, cuando creó la llamada Fuerza Interamericana de Paz en 1965 para invadir a nuestro país con tropas extranjeras y pisotear nuestra Constitución?
Claro que no. La “Ley del Embudo” es la única que ellos aplican.