Capítulo I -“Aquí se va a peleá dure, muy dure, dominiquén”, sentenció el domínico-haitiano Paul Michel. Con cejas fruncidas y rostro apocalíptico, funesto y visiblemente abrumado por el dolor que lacera su alma, Paul, con palabras entrecortadas y voz parsimoniosa, dijo todo lo que según él vendrá en el futuro inmediato para el país.
Sobrecogido, su amigo íntimo, Julio César, escuchó impertérrito estas increíbles revelaciones.
Paul, de tez oscura y rígidas musculaturas, no pudo esconder el malestar que laceraba su corazón y que reflejó en su semblante, al revelar estas informaciones. Su voz lastimera, antes tronante, era un solo lamento.
Saberse ser acogido con tanto cariño en territorio dominicano y después saltar con esta postura disidente, le resultó fatal, bastante difícil después de todo. No pudo, sin embargo, ocultar todo aquel encono que atesoraba en su corazón durante tantos años contra el país. Éste repitió con insistencia, en este diálogo inaudito, que amaba a los dominicanos, a Julio César y a su familia, pero que tenía una misión que cumplir, un deber, un compromiso que se le había asignado.
Paul conoció a Julio César durante sus estudios de medicina en la universidad estatal, cuando éste estudiaba economía. Se conjugó entre ambos una íntima amistad, la cual sostuvieron a pesar de las vicisitudes y los avatares de la vida.
La conversación de estos dos viejos e íntimos amigos se desarrolló en una terraza del malecón, de la avenida George Washington. Él, ya médico en ejercicio y Julio César, economista, alto funcionario del gobierno. El diálogo comenzó afable como siempre, ameno, pincelado de tragos furtivos. El tono, empero, comenzó a descomponerse y se acaloró con el avance de la noche y el aumento de los tragos.
Llegó un momento en que, de repente, un colérico Paul borró de su faz aquellos claros y fruncidos rasgos negros que resaltaban su taimada sonrisa que le hacían relucir una esmerada dentadura blanca.
Ahí, en aquel preciso momento, se quebró la química entre ambos. El inapreciable calor humano que los había unido por tantos años se fue a pique y asomó entonces sobre la cabeza del extranjero una aureola de presagios malditos. Desde esos oscuros presentimientos que al parecer Paul llevó en lo más profundo de su alma atormentada, comenzaron a aflorar los vaticinios de desgracias que ahora se avizoran y que afirmó deberán ocurrir en esta parte de la isla.
– “Yo, siendo tú, querido amigo Julio César”, -espetó sin preámbulos- me largara lo más pronto posible de este país. No quiero verte vivir las inclemencias e infortunios que surgirán en este territorio”, insistió.
Entre tragos y tragos, Julio César escuchó a Paul con mucha atención. No dio la menor importancia a sus expresiones. Creyó desde un principio que su viejo y estimado amigo de origen haitiano se había alterado por la bebida, que sus palabras agoreras eran producto de los sorbos de alcohol. No entendía lo que éste decía, ignoraba totalmente a qué acontecimientos se refería. ¿De dónde llegan aquellos negros presentimientos a la mente de Paul? En tanto escuchaba, se mostró incrédulo y tomó estas peroratas como una broma.
Pero Paul insistía: – “Tienes que marcharte, salir de la isla con tu familia”. Yo te conoce mui bien, eres un ser de corazón muy sensible y sé que no resistiría ver las cosas que aquí van a suceder”.
En un gesto de sinceridad, Paul reveló a Julio César su verdadero nombre. –“No soy Paul, mi verdadero nombre es Marceline Etienne”. No vine a este país como un simple jornalero, ni como un estudiante, a mí me enviaron a cumplir una misión, la cual ya cumplí cabalmente. He sido altamente exitoso, hasta logré nacionalizarme ¿cómo tú lo ves?”.
Julio César, suspicaz, no dio pábulo a la narrativa de Paul. Siguió creyendo que se trataba de un chiste de mal gusto. Durante todo el tiempo que estuvieron conociéndose, desde que llegó de Haití, cuando apenas rebasaba la adolescencia, no vio en éste ninguna señal o asomo que lo delatara como un agente al servicio de la inteligencia de su país. Se había integrado como un dominicano más, pero con una sorprendente estela de conocimientos y dominios de varios idiomas.
– “No, no amigo Julo César, no trabajo para el gobierno haitiano”, expresó con un gesto de extrema franqueza. “Yo soy –agregó- un agente de un organismo internacional que tiene fuertes intereses en mi país, es más, en toda la isla. Fui reclutado siendo un niño, cuando estuvo allá el MINUSTAH y llevado a un lugar, a una academia de entrenamiento fuera de Haití, donde me prepararon para realizar esta misión”, relató.
– “Parece que está viendo muchas películas de James Bond”, ripostó Julio César entre carcajadas y con lo cual restó importancia a las palabras del declarado agente haitiano.
– “No amigo, lo que yo decir es la realidad. Te revelo esto ahora porque ya llegó la “hora cero”. No hay marcha atrás”. –“Todo está decidido, lamentablemente. Espero que nuestra amistad se mantenga a pesar y por encima de las tribulaciones que se avizoran”.
-“No creo nada de lo que me has dicho”, apuntó Julio César que, a pesar de su incredulidad, se sentía conmovido por el relato de Paul.
-“Salí de aquí Julio César, hacéme case. Esto no será cosa para niñes ni para corazones blandites. Aquí se peleará dure, será luche a muerte”, subrayó.
Etienne, que Julio César conoció durante mucho tiempo como Paul, manifestó que aquí se librará una guerra definitiva por el control del territorio y las riquezas naturales de esta parte de la isla. –“Te reitero, todo esto está planificado y decidide de más arriba. Será muy poco lo que ustedes podrán hacer, no habrá tiempo para nada”.
Capítulo II
Julio César no volvió a ver a Paul o Etienne después de aquella despedida la noche de esa controvertida conversación. No fue tan amena como solía ser en otras ocasiones, ni se registraron abrazos fraternos como antes, solo un simple adiós.
-“Adiós, Julio César, escucha lo que te dije, cuide su hermosa familia; óyeme, váyase de aquí por favor”, vociferó Paul desde el interior de su vehículo que ya avanzaba a toda marcha.
Horas después, esa misma noche, una estremecedora explosión sacudió los cimientos de la ciudad. No se reportaron muertos. Las investigaciones de este aterrador quedaron en un profundo silencio. Un halo de misterio cubrió las pesquisas y la prensa nacional e internacional se limitó a especular sobre los posibles orígenes del acontecimiento, debido a que nunca se dio una versión oficial.
A partir de entonces las salvajes explosiones se escucharon noche tras noche en diferentes puntos de la ciudad.
A la semana de estos hechos las cosas comenzaron a complicarse. El país amaneció bajo ataque. Los periódicos nacionales, las agencias de prensa y los medios digitales divulgaron la insólita noticia de que un ejército irregular procedente de Haití avanzó por la frontera limítrofe, en la zona de Dajabón. Los irregulares entraron también por Elías Píña, Jimaní, Pedernales y Bahoruco.
Los militares dominicanos fueron sorprendidos en sus rutinas cotidianas. Una parte importante de las tropas fueron diezmadas o sometidas por los extranjeros en estos primeros enfrentamientos.
“En una sorpresiva e inesperada ofensiva, tropas irregulares de Haití libran fuertes combates con el ejército dominicano en Dajabón”. “Los haitianos, dotados de armamentos ultramodernos, misiles de corto alcance, drones y avanzadas armas electrónicas infringen serias pérdidas a las tropas dominicanas”, reseñan los medios.
Los periódicos reportan, asimismo, que comandos haitianos, que durante mucho tiempo esperaron la orden de atacar, se transformaron en paramilitares que combaten contra la policía y los militares, en plenas calles de las principales ciudades. Los que -en apariencia- eran trabajadores, venduteros, motoconchos y taxistas de Santiago, Montecristi, Elías Piña, Jimaní, La Romana, Higüey, Pedernales, se convirtieron en grupos armados activos que se integraron a los enfrentamientos.
En los campos cañeros de Neyba y Barahona surgieron grupos fuertemente armados, los cuales también entablaron combates con militares y agentes policiales de esa zona. Esta inesperada arremetida interna, que se intensificó y que era coordinada de manera estratégica con las ofensivas fronterizas, obligaron a un repliegue táctico de la resistencia dominicana.
Las acciones sorpresivas permitieron a los irregulares controlar lugares estratégicos en distintas regiones. Los haitianos, acompañados de mercenarios extranjeros, ocuparon todas las emisoras de la región Sur, desde las cuales emitían comunicados y arengas en español, francés y creole. Desde allí exhortan a sus compatriotas a integrarse a las operaciones y a apropiarse de tierras que afirmaban les corresponden por derecho histórico.
La industria azucarera de Barahona, además de las instalaciones hoteleras y centros turísticos del Este fueron ocupados por estos irregulares. Se cuidaban de no maltratar a los turistas ni al personal de estas instalaciones, muchos de los cuales eran nacionales haitianos, quienes aplaudieron efusivamente tras las alocuciones de los ocupantes.
En el gobierno dominicano reinaba el desconcierto, la desesperación y un incierto don de mando. No se esperó la ocurrencia de un ataque de tal magnitud, ni la fina y bien hilvanada estrategia militar. En medio de la incertidumbre, las autoridades declararon una emergencia nacional a través de una cadena de emisoras que transmitía desde la radiotelevisora oficial.
En un primer llamado, las autoridades instaron a los ciudadanos a mantenerse en sus casas para no perturbar el accionar del ejército, la fuerza aérea y la armada. Pero una hora después se produjo otro llamado a la población para que se integre y reedite las experiencias de la guerra de abril de 1965 cuando el pueblo y los militares constitucionalistas en las calles, formando los históricos “Comandos de la Resistencia”, los cuales se convirtieron en una muralla que afrontó con decisión patriótica a los invasores norteamericanos.
Miles de ciudadanos se conglomeran en los alrededores del Palacio Nacional, demandan entrega de armas para salir a combatir. Ya entonces los invasores no solo habían asumido el control de cuarteles y fortalezas, sino que sometieron a ciudadanos y ocuparon edificios de las autoridades municipales.
Los ocupantes utilizaban la entrega de dólares a ciudadanos dominicanos para doblegar su orgullo y según su estrategia, hacer que éstos formen pequeñas empresas y negocios a fin de que acepten la presencia de los intrusos.
En tanto se producían estos hechos, Haití divulgó a las agencias internacionales de prensa que su gobierno “no ha declarado la guerra a República Dominicana”. En un comunicado de tres párrafos, el gobierno haitiano enuncia lo siguiente:
“El Gobierno de la República de Haití hace de conocimiento a la opinión pública nacional e internacional, a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) a la Organización de Estados Americanos (OEA) al CARICOM y demás organismos mundiales y regionales, que Haití no ha declarado la guerra a la República Dominicana”.
“Las actuales acciones bélicas que se registran en el territorio dominicano son de la responsabilidad de combatientes irregulares que no tienen nada que ver con el gobierno de Haití y, por tanto, estas intervenciones militares se llevan a cabo bajo su propia responsabilidad”.
“No obstante estos lamentables acontecimientos, el Gobierno de Haití afirma que no interferirá en contra de estos grupos armados, en aras de preservar su propia tranquilidad interna en nuestra atribulada sociedad”. Firmado: Francois Lemoine, presidente interino de la República de Haití. Yoshep Michel, primer ministro.
Capítulo III
Los invasores haitianos no atacaron solos, sus tropas llegaron acompañadas de combatientes internacionales de orígenes asiáticos, europeos y latinoamericanos, los cuales están fuertemente equipados con armas modernas de última generación.
Pese a desvincularse de estas acciones de guerra, el gobierno de Haití reivindicó, en otro comunicado, el derecho de su país de luchar para garantizar el estado de bienestar a su población, lo cual, según afirma, se ha dificultado en los últimos años. Reveló que el objetivo de los invasores, de acuerdo con sus líderes asentados en la capital de Haití, Puerto Príncipe, es ocupar la mayor cantidad de territorio de la región Sur de la República Dominicana para asentar allí haitianos que carecen de tierra y muchos mueren de hambre porque no tienen donde trabajar.
Se reveló que los invasores tienen acuerdos firmados con grandes corporaciones y empresarios de países asiáticos y europeos para explorar y explotar la potencial existencia de “tierras raras” en territorios sureños, específicamente en Pedernales y Las Salinas de Barahona. Algunas naciones y corporaciones internacionales comenzaron a mostrar un especial interés en explorar posibles yacimientos de gas y petróleo en la región Sur. Los analistas nacionales y extranjeros resaltan que eso explica el extraño y acuciante silencio de organismos mundiales frente a esta afrenta.
Capítulo IV
Las tropas dominicanas lucen dispersas, desarticuladas ante el sorpresivo y masivo ataque. En tanto, se preparan para una embestida que dé al traste con la presencia de los extranjeros que mancillan el suelo patrio y laceran las memorias del patricio Juan Pablo Duarte y otros patriotas.
Los soldados libran combates contra comandos haitianos y sicarios extranjeros en las calles de las principales ciudades. Los extranjeros se atrincheraron en zonas pobladas a fin de evitar o dificultar la acción patriótica y el efectivo uso de los aviones y helicópteros de combate de la fuerza aérea.
El gobierno dominicano mantiene el estado de emergencia nacional y llamó a la población a mantener la resistencia popular y a aniquilar a todos los intrusos extranjeros que mancillan el suelo patrio.
Las fuerzas armadas, el ejército y la fuerza aérea muestran su gran patriotismo, entrega y ferocidad en los combates, pero los agresores siguen imponiendo el poder de sus armas y estrategias. En medio de la acuciante situación, grupos de dominicanos residentes en el exterior comenzaron a llegar masivamente al país para integrarse a la guerra patria. Entre estos arribó un comando de criollos veteranos de los Marines de Estados Unidos con experiencias de combates en Irak, Afganistán, Asia y otros países del mundo.
Capítulo V
Todo se ha consumado, se desvela el misterio: Estados Unidos, Canadá, Francia, España e Inglaterra y otras naciones miembros de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) la OEA y países latinoamericanos guardaron un sospechoso silencio frente a las incursiones al territorio dominicano. Después, estos países dieron a conocer una resolución en la que reconocen el derecho de Haití de apropiarse de toda la región Sur de la República Dominicana para el provecho de su hambreada población.
Los países del CARICOM no ocultaban su fervor y, aunque con cierta discreción, se ufanan de los aparentes éxitos de los ocupantes. Las posturas y los contubernios de estas naciones contarán con el rechazo de todos los dominicanos. El gobierno llamó a continuar la lucha hasta la guerra total y la salida definitiva de los invasores.
“Por la memoria del patricio Juan Pablo Duarte, Matías Ramón Mella, Francisco del Rosario Sánchez y otros patriotas, proclamamos la lucha hasta la última y definitiva guerra que nos llevará, no solo a dar una derrota total a los invasores, sino que nos permitirá, además, recuperar todo el territorio de la parte occidental de la isla ocupado hoy por intrusos traídos a estas tierras benditas desde allende los mares”.
Paul o Marceline y Julio César se reencontraron en la devastada zona turística de Pedernales. Allí se libraron fuertes combates con los invasores. Él estaba herido de gravedad y su amigo dominicano fue a verlo. –“Adiós Julio César, este es el quiebre final de los días; pero así es la vida, unos ganan y otros pierden; cuida tu país”, dijo Paul, ya agonizante, en los últimos minutos de su existencia.
–“Adiós Marceline Etienne”, respondió un acongojado Julio César. Una vez se despidió, éste se marchó, taciturno, conmovido por aquel triste final de su viejo amigo. Caminó a pie hasta el puerto turístico de Cabo Rojo y allí, mientras miraba el mar a lontananza, vio asomarse en el infinito un sol de color rojizo intenso, entonces sacó un arma que llevaba al cinto y se hizo un certero disparo a la cabeza. El autor es periodista.