El otro día tuve la oportunidad de sobrevolar el área de explotación de Falcondo. Muchas veces había visto desde la autopista Duarte evidencias de la depreciación ambiental, pero verlo desde arriba me hizo sentir un pinchazo en el corazón.
Pero para serles sincero, no sentí odio por esa empresa, que cumple su objetivo de hacer dinero dentro del marco que le permiten. Tampoco sentí rencor por las poblaciones vecinas que celebran que destruya sus recursos naturales, pues de eso viven y llevan pan a sus familias.
Mientras veía ese paisaje apocalíptico, lleno de máquinas, humo y tierra desnuda, me vino a la mente una frase que me dijo mi amigo Charlee cuando caminábamos el país a pie en 2010: “Compañero, si a un perro que está comiéndose un pamper le tiran un muslo de pollo, va a dejar el pamper y va a coger el muslo; pues los perros no comen m…da por gusto sino por necesidad”.
Esa depredación ocurre por la falta de opciones. Es culpa de quienes tenían el deber de crear otras oportunidades.
En 50 años Bonao no ha logrado que su economía deje de depender de la minería.
Los millones que ha recaudado el Estado se han ido en todo menos en crear alternativas. Lo mismo pasa en Cotuí.
La mejor manera de proteger nuestros recursos naturales es no tener la necesidad de entregarlos a nadie, y para eso se requiere fortalecer otros sectores de nuestra economía. Un pueblo pobre y hambriento no es buen guardián de su futuro: la necesidad tiene cara de hereje.