A propósito de que se avecinan las elecciones más complejas de los últimos 20 años, pero no solo por ello, creo conveniente recalcar algunas de las cualidades que se supone deben caracterizar a un buen juez.
Es obvio que debe tener dominio técnico de la materia a juzgar, y más aún si se trata de unos comicios donde se va a determinar quiénes nos van a gobernar durante el próximo cuatrienio.
Pero más allá de esa imprescindible idoneidad técnico-jurídica, es vital que un juez tenga unas condiciones éticas más allá de toda duda razonable.
Al margen de la soberbia y de su procedencia política, jamás debe olvidar que él no es un ente beligerante, que no es el protagonista del proceso, más bien un facilitador, una especie de árbitro. No debe recibir las críticas al proceso como algo personal. Debe ser sensato, no un tozudo. Prudente, mesurado, discreto y con capacidad para trabajar en equipo.
Debe ser dueño de un temple especial, que le permita ser firme en sus decisiones, pero flexible y abierto a las críticas y sugerencias de los demás. Sensato, porque ser juez y ser arrogante no encajan en un mismo cuerpo.
Por más grande y presidente que se sienta, un juez jamás debe olvidar que no se trata de sus reglas, sino de aquellas que han sido consensuadas y/o aceptadas por los verdaderos protagonistas del proceso: los partidos. Él es, apenas, un administrador temporal del proceso.
Y si bien no está llamado a ser gracioso con sus correligionarios, pero mucho menos un ogro, una especie de purgante para quienes disienten de él. De ahí que hable oportunamente y solo lo necesario para llevar tranquilidad a las partes, para despejar dudas.
Y aunque el gusanillo de la fama le tiente y le baile una bachata en la panza, un juez debe estar consciente de que no es una vedete. Otra cosa sería hacer el ridículo, indefectiblemente.
Debe saber que dependiendo de su desempeño presente, su futuro puede ser luminoso o lúgubre.
Contrario a otro tipo de árbitro, cada miembro de la Junta Central Electoral está allí, no para hacer las veces de juez pesquisidor, es decir, aquel “que se destinaba o enviaba para hacer jurídicamente la pesquisa de un delito o reo”, sino para garantizar la pulcritud de un proceso en el que todas las partes tienen igualdad de derechos y se supone que de condiciones.
Por muy parcial y “enérgico” que sea o pretenda ser, un miembro de la JCE jamás debe caer en la tentación de ser “juez y parte”, pues esto solo “dificulta o imposibilita mantener una actitud imparcial con respecto a él”.
En suma, el juez como cualquier otro mortal es quien -con su accionar- hace que la historia le recuerde como un hombre honorable o por el contrario lo mande directo para Duquesa. Decida usted magistrado.