“Cualquier día
la muerte
no borra nada
quedan
siempre las cicatrices”, Mario Benedetti*.
Muchos se asombraron al saber la noticia, lo creían muerto desde hacía décadas. Dicen que la historia lo mató hace tiempo y lo depositó en el sucio zafacón al que siempre perteneció.
Murió el verdugo que a principio de los años 70 le arrancó la vida a decenas de jóvenes dominicanos sin ningún remordimiento. Por el simple hecho de llevar un peinado afro o tener un uniforme de estudiante, y por tanto, según él, sospechoso de ser comunista o, peor aún, antibalaguerista. Murió uno de los matones más crueles del balaguerato.
“Vamos a festejarlo
Vengan todos
Los inocentes
Los damnificados”
Murió el jefe de la Banda. Se fue de esta vida sin pisar un tribunal que lo condenara por asesinatos múltiples. Peor para él.
No lo juzgaron en un tribunal, lo condenó la historia, la misma que se encargará de juzgarnos a todos, no por nuestras ideas, palabras o creencias, sino por nuestras acciones.
“Vengan todos
el crápula se ha muerto
se acabó el alma negra
el ladrón
el cochino
se acabó para siempre
hurra”
El mismo que traicionó, delató y persiguió a antiguos compañeros, murió cargado de odio, solo y amargado. Se fue pudriendo por pedazo, en cuerpo y alma.
“Que vengan todos vamos a festejarlo a no decir la muerte siempre lo borra todo todo lo purifica”.
Quien en su momento se llegara a creer dueño de la verdad, el gran inquisidor, el mismo que en nombre de su verdad o por el simple gusto de ser el perro de presa de su líder se atribuyó el derecho de decidir si alguien merecía vivir o morir, acaba de irse en solitario, como muchas penas y sin ninguna gloria.
“Hurra murió el cretino
vamos a festejarlo
a no llorar de vicio
que lloren sus iguales
y se traguen sus lágrimas”
Aquel que se regodeaba con el sufrimiento de los desalojados de Villa Juana, donde impuso el progreso a punta de fusiles, pisoteando los derechos de los infelices, murió como una lacra.
El verdugo designado por el presidente perverso para que destruyera a fuego y sangre a Sitracode, el glorioso sindicato de la Corporación, violando todas las leyes y derechos laborales.
El mismo que se pavoneaba con aire de perdonavidas rodeado de matarifes y que luego huyó cobarde para no enfrentar la justicia. Murió un gusano.
Recibió el peor castigo para un verdugo: vivir lo suficiente y ver que, a pesar de su frenético afán por impedir la primavera, el árbol de la libertad sigue floreciendo aún con sus espinas.
Parafraseando el título de aquella película de Quentin Tarantino (Inglourious Basterds, 2009) desde antes de morir este verdugo no fue más que un “bastardo sin gloria”, así vivió y así murió (por cierto que un poco a destiempo).
*Obituario con Hurras