Ignacio Muñagorri Laguía, el estimado profesor de derecho penal de la Universidad de san Sebastián, en la comunidad del País Vasco, ha muerto. Su muerte que, en realidad, ha sucedido alrededor de un mes y medio, en marzo, pero me he enterado por casualidad, mientras conversaba con el flamante profesor Francisco Javier Caballero Harriet, del mismo lugar de estudio que Muñagorri, y director del otrora programa doctoral “Estudios Avanzados en Sociedad Democrática, Estado y Derecho”.
Nació en Madrid, en la década de los 40 del siglo pasado.
Él nos ha ofrecido los detalles del deceso: muerte a causa de cáncer de vejiga. En tiempos pasados, cuando todavía éramos sus alumnos, había padecido de viejos problemas cardiovasculares y varios infartos.
El doctor Muñagorri inició su docencia de derecho penal en la Complutense de Madrid, luego se mudó a la Facultad de Derecho de la Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea (UPV/EHU) de Donostia, y en el Instituto Vasco de Criminología (IVAC/KREI). Según sus colegas profesores, se distinguió siempre por ser muy consecuente en sus principios e ideas; era un hombre crítico, analítico y, sobre todo, un hombre de izquierda.
Pero nuestro malogrado profesor sufrió mucho como consecuencia de una relación muy “tóxica” con un maestro del derecho penal. Cuando fue ayudante de la cátedra de Derecho Penal, llegó un catedrático jesuita, el profesor Antonio Beristain Ipiña, y tocó desarrollarse, un poco, a la sombra de este penalista Beristain, quien nunca lo consideró, sea por el carácter crítico de sus ideas, o por otras razones, pero nunca fue del gusto de este jesuita. En España, la carrera académica de entonces se tenía que hacer a través de un director de carrera; ese era Beristain que, como ya dije, no lo quería.
“Asimismo fue –me ha confesado el profesor Caballero–, en todos los concursos para ser profesor de cátedra le impuso a alguien delante; y no sólo eso, sino que impuso la estadía de las universidades para impedir que llegase a ocupar ese puesto”.
Muñagorri fue un maestro del derecho penal, no sólo por su entereza moral, sino por sus significativos aportes académicos, por la profundidad de su pensamiento en el ámbito jurídico, a través de sus obras, hoy legadas al mundo occidental civilizado. Fue mi asesor de tesis en el importantísimo tema de la ejecución de las penas, en momentos en que nuestro país se incorporaba a la justicia penal basada fundamentalmente en el proceso penal acusatorio y adversarial, en la cual la pena de prisión dejaba de ser una institución penal para convertirse en una institución procesal (aquí muchos nunca entendieron eso).
Entre las obras del maestro Muñagorri se encuentran: “Órdenes normativos y control social en Europa y Latinoamérica en la era de la globalización”, “Sanción penal y política criminal”, “Eutanasia y derecho penal”, “La protección penal de los consumidores frente a la publicidad engañosa”, “Legalidad constitucional y relaciones penitenciarias de especial sujeción”, entre otros. Muy poco antes de morir se publicó un libro homenaje al profesor Muñagorri Laguía (“Contra la política criminal de tolerancia cero: libro-homenaje al Profesor Dr. Ignacio Muñagorri Laguía), en la que aparecen sus discursos, ensayos, conferencias de Derechos Humanos, y otros temas afines.
Que no haya tenido buena suerte en la carrera académica, es lo de menos.
El mismo se consideró un colaborador, cercano a su alumnado, “comprometido culturalmente el trabajo universitario al servicio de la emancipación de los seres humanos”. Basta con recordar que el doctor Ignacio Muñagorri Laguía fue una persona “muy culta, cercana, crítica y reflexiva.