El pasado domingo 26, tanto brasileños como uruguayos resolvieron apoyar la continuación de sus gobiernos de izquierdas, con la reelección de Dilma Rousseff del Partido de los Trabajadores (PT), y el triunfo de Tabaré Vázquez, del Frente Amplio (FA), el que le permitió alcanzar la mayoría parlamentaria, pero no fue suficiente como para evitar una segunda vuelta, el domingo 30 de noviembre, en una contienda en la que es neto favorito para llegar por segunda vez a la presidencia en Uruguay y en la que enfrenta al joven candidato blanco Luis Lacalle Pou, quien obtuvo un 30,9 % de los votos frente al 47, 8% que consiguió Vázquez.
Éste en la primera instancia, con sus voto superó la suma de todos los de la oposición (Partido Colorado 12,9%, Partido Independiente 3,1%).
Hay que resaltar, como previo, que de ambas elecciones puede decirse que fueron libres y democráticas y se desarrollaron normalmente.
Quizás con discursos algo mas virulentos en Brasil, pero por cierto, sin abusos de poder, uso de dineros del Estado a favor del oficialismo, proscripción y hostigamiento a los opositores, “convenientes” adecuaciones de las normas constitucionales y electorales , presión a jueces y a autoridades electorales, limitaciones a la prensa, compra directa de votos y del favor de medios y periodistas con recursos del Estado, problemas y dudas en los escrutinio, como sucede y ha sucedido en Venezuela , Ecuador , Nicaragua, Bolivia y Argentina.
Lo de Brasil y Uruguay, aunque compañeros de ruta de aquellos, ha sido y es diferente.
Vistos los resultados, habría que hablar de continuidad. Sin embargo, no es tan así, en ninguno de los dos casos. Las cifras dicen que quedaron partidos al medio.
En el caso de Brasil mucho más que en el uruguayo. Es más, se entiende que la polarización del electorado fue la estrategia elegida, con éxito, por el PT, con Lula a la cabeza.
El expresidente Fernando Henrique Cardoso acusó al PT de buscar la división del país.
Dilma, que ganó con solo 3 puntos de diferencia, recibió el voto del Brasil más pobre y el rechazo del Brasil rico. Este Brasil de los BRICS, del que tanto se ha llenado la boca el expresidentes Lula, es el que está con dificultades y reclama medidas económicas y financieras y que protesta y exige un combate más duro contra la corrupción política.
Y la presidenta electa no los puede ignorar: de ellos depende la buena marcha económica del país, su futuro, y también las mentadas política sociales del PT: por ejemplo, las Bolsas de Familia que favorecen a 40 millones de brasileños, lo que tanta satisfacciones electorales, incluso esta última, han significado para el PT.
Congeniar todo eso implica una ecuación nada fácil económicamente hablando.
Menos fácil aun lo es con una oposición que será más aguerrida y unos aliados que serán mas exigentes en un Congreso donde hay representantes de 28 partidos.
Y por si fuera poco, será una Dilma más dependiente de un Lula que salió fortalecido, pese a las denuncias que lo vinculan con la corrupción, y que le estará soplando al oído a la presidenta sobre todo aquello que lo blinde a él.
Se dice en círculos serios que ya la tiene convencida, lo que no logró en el periodo pasado, de que debe de aprobar una regulación – léase restricción- de la libertad de prensa.
Parecería que han llegado a la conclusión de que todos estos espasmos electorales es por culpa de los medios a los que hay que castigar.
Si eso ocurre, para el Brasil será un retroceso y para Lula un alivio.
En Uruguay es algo diferente, pero tampoco se trata de un fácil recorrido. Muchos de los votos de Vázquez, el de los votantes independientes que son decisivos, son de moderados y conservadores que lo ven como un dirigente más práctico y realista y nada dogmático.
Vázquez está decididamente contra la legalización del aborto y no le entusiasma mucho el tema de la liberación de la marihuana, por ejemplo.
El problema es que en la bancada parlamentaria del FA la mayoría pertenece a los grupos más ortodoxos y que reclaman una “profundizacion” hacia la izquierda.
Y esto, con una economía no tan favorecida desde el exterior como en el pasado y con un Estado muy grande, con costos muy altos.
Vázquez espera, confía y ansia “arrasar” en el balotage y no tanto, quizás, mirando a la oposición, sino más preocupado por el “ manejo interno”.