Hay una lección que solo se aprende equivocándose y haciéndolo tantas veces que, con el tiempo, te des cuenta de que es algo necesario de aprender.
Y es algo tan sencillo como saber retirarse en el momento adecuado.
Confieso que en mi caso aún hay veces que sigo cayendo en el mismo error, pero ya mucho menos, entre otras cosas porque he desarrollado ya el talento de darme cuenta en qué no debo entrar porque sé que me va a complicar la vida.
Pero, en las ocasiones en que aún así lo hago, a la primera alarma prefiero soltarlo.
Después están esos casos que no ves venir, que te pillan de sorpresa y esos son los mejores porque con ellos es que realmente aprendes y te preparas para una próxima ocasión.
Solía ver el hecho de retirarme como una derrota, pero ahora puedo asegurar que es simplemente una batalla perdida en la que ganas en sabiduría y sobre en todo en paz.
Empecinarte en algo solo trae estrés y una lucha que no suele merecer la pena. Y que conste que esto lo digo para situaciones en las que el beneficio no se equipare con el esfuerzo, porque hay muchas otras en las que merece la pena llegar hasta el final.
Pero tomar la decisión de dejar algo, de soltar esa situación que ya se ha convertido en un dolor de cabeza es una de las sensaciones más liberadoras.
Al principio puedes sentir un poco de temor, pero al poco tiempo verás que eso abre una puerta para lo siguiente que vendrá que, en la mayoría de los casos, en mucho mejor que aquello que dejaste atrás.
Así que no teman soltar, teman más aferrarse a lo que no les conviene ni les aporta.
Dejen ir.