Hoy por hoy, en el país no hay un partido político que pueda hacer marchar a miles de dominicanos, por 5.6 kilómetros, sin necesidad de pagar, chantajear o manipular.
Me atrevo a asegurar que desde el cierre de campaña de Juan Bosch y el PLD (el verdadero, de liberación nacional) en 1990, han pasado 27 años de degradación de las manifestaciones populares tergiversadas por el clientelismo, y que por este motivo la Marcha contra la Corrupción y la Impunidad es un hecho histórico.
¿Qué sale a la calle en cada Marcha? No sería bueno arriesgarse a juicios absolutos que no estén sustentados científicamente.
Sin embargo, podemos afirmar que han sido derrumbados dos mitos: que la Marcha era “de tres gatos” y que es un instrumento de partidos, de empresarios o de la dichosa Embajada.
Estos mitos, producidos por los propios partidos y dirigentes que administran el orden vigente, manifiestan su propia manera de vernos: su altísima desconfianza y falta de respeto por el pueblo dominicano; su convicción de que solo actúa empujado por prebendas, por miedo, o siguiendo a algún caudillo.
Donde quiera que se ha movilizado la llamada “Marcha Verde”, se ha vuelto a manifestar algo que en los últimos 20 años parecía desaparecido: la capacidad de indignación de la gente.
Esa capacidad de indignación, clave para entender la Restauración en 1865, la victoria de Bosch en 1963, la Revolución de 1965, la derrota electoral de Balaguer en 1978 y la victoria (no respetada) de Bosch de nuevo en 1990, había sido tapada con el lodazal de una política adicta a las maquinarias electorales y a las “fábricas de presidentes”, obnubilada con el famoso “pragmatismo”.
Hoy, de repente, y sin poder ser endosada a ninguna organización ni líder, la capacidad de indignación vuelve a resplandecer, con miles de personas que se mueven voluntariamente. No es una mayoría, pero es una masa crítica que ha mostrado históricamente un enorme potencial.
Otra cosa es evidente. Esos miles de personas que han firmado el Libro Verde, que han atravesado el país caminando, no se detienen con mareos: ni con aquellos que consisten en desprestigiar lo que hacen, ni con operaciones judiciales circenses, ni con la política de derecha que ha tratado de capitalizar el descontento con tesis como la “invasión haitiana”, queriendo hacerse un lavado de imagen para reciclarse y desviar la atención de los ciudadanos sobre las verdaderas y profundas causas de los sufrimientos nacionales.
Tampoco se asustaron con el juego mediático de la cúpula de la AIRD, que los quiso dejar como “pagados radicalizados”.
Por estos motivos la Marcha ya ha hecho historia. Queda por responderse si la podrá seguir haciendo.
Para saberlo, para que tenga impactos trascendentales y no simplemente allane el camino a que el orden de corrupción e impunidad se recicle, hay que saber en qué medida la colectividad está interesada en pasar de las demandas meramente judiciales y morales, a los cambios estructurales que el Estado dominicano necesita para no seguir siendo la maquinaria de acumulación de capitales de políticos rapaces y grupos económicos sin más amor que a sus bolsillos.