La maldad como ignorancia

La maldad como ignorancia

La maldad como ignorancia

Altagracia Suriel

Lo vemos en todas las esferas. Hay gente que vive de la maldad y se regodea en ella sin importar las consecuencias. Se afanan en el propósito de dañar a otros sin pensar en que el mal que se hace a una persona es un daño contra sí mismo.

El mal se reviste de venganza política, de intentos de desacreditar, de menosprecio, de denuncias falsas, de violencia, de abuso y sometimiento del otro con el fin de empequeñecerlo y socavar su dignidad.

Como bien dijeron Sócrates, Platón y Aristóteles y los estoicos, la maldad no es más que es una expresión de la propia ignorancia. El discernimiento y la racionalidad humana deben conducir al bien y no al mal.

Lo peor de la maldad es que es un veneno que se bebe compartido porque lo que va viene y lo que se siembra se cosecha. El mal nunca es sostenible. Por eso siempre escuchamos que “todo se revierte”. No en vano la Regla de Oro de todas las religiones reza: “No hagas a los otros lo que no quieres que te hagan a ti”.

Apostar por el bien, el respeto y el reconocimiento del otro es sabiduría. El creer que cualquier condición de superioridad es ventaja para dañar es un autoengaño. La vida da muchas vueltas. Nos lo recuerda Esopo en su fábula del león y el ratón:

“En un día muy soleado, dormía plácidamente un león cuando un pequeño ratón pasó por su lado y lo despertó. Iracundo, el león tomó al ratón con sus enormes garras y cuando estaba a punto de aplastarlo, escuchó al ratoncito decirle:

—Déjame ir, puede que algún día llegues a necesitarme.
Fue tanta la risa que estas palabras le causaron, que el león decidió soltarlo.
Al cabo de unas pocas horas, el león quedó atrapado en las redes de unos cazadores.

El ratón, fiel a su promesa, acudió en su ayuda. Sin tiempo que perder, comenzó a morder la red hasta dejar al león en libertad.
El león agradeció al ratón por haberlo salvado y desde ese día comprendió que todos los seres son importantes”.