La magia artística de Ramón Lacay Polanco

La magia artística de Ramón Lacay Polanco

La magia artística de Ramón Lacay Polanco

Stefan Zweig fue el escritor que más impactó en mí cuando empecé a leer con la finalidad de ensanchar el estrecho mundo cultural de un muchacho pueblerino. Primero Amok.

Y luego, todas las demás.

Sus obras biográficas son insuperables. Su narrativa excelente. Yo amé la revolución francesa y a Francia tanto o más que cualquier otro joven soñador de mi época por la labor investigativa y literaria de Stefan Zweig.

Pero un día, mi amigo Ramón Lacay Polanco me dedicó su novela corta “El extraño caso de Camelia Torres” y en cuanto empecé a leerla sentí en su narrativa una sublimidad y una atracción muy superior a la sentida con las obras de del famoso escritor austriaco.

A pesar del tiempo transcurrido la conservo aun como uno de los regalos más valiosos de mi existencia. Hablo de ella con entusiasmo desbordante pero NO la presto por temor a perderla en las manos de otro amante de esas obras excepcionales y únicas.

No pretendo ni puedo minimizar a Stefan Zweig que con su prolífica bibliografía le ha regalado a la humanidad uno de los tesoros culturales más valiosos. Pero yo no cambio la magia artística y la pureza del dominicano Ramón

Lacay Polanco por la magia y la pureza del eximio escritor universal. Hace un tiempo, y gracias a José Rafael Lantigua, uno de los jóvenes intelectuales más sólidos y prominentes de nuestro país, leí de Lacay Polanco “La Mujer de Agua”, y ahí también se crece y alcanza la dimensión de los grandes maestros. José Rafael Lantigua la cataloga como “una de las más hermosas y brillantes narraciones de la literatura dominicana, como un verdadero poema”.
Lacay Polanco era un romántico puro, auténtico, que sólo escribía por invitación de las musas o por el sublime amor de una mujer.

Por tal razón su producción literaria es cuantitativamente limitada y no hace honor a su extraordinario talento y capacidad.

En diversas ocasiones compartimos en mi hogar algunas copas. Yo disfrutaba de su presencia porque me distinguía y me trataba con respeto y consideración. El hablaba. Yo escuchaba. El era el maestro. Yo un amante de la cultura y la belleza.

Cuando se motivaba hablaba masticando cada una de sus palabras, ponía el alma en los labios al decir un poema propio o ajeno y vibraba de emoción como un joven enamorado al sentir resbalando por su piel las manos perfumadas de la amada.

Ramón Lacay Polanco no ha muerto, viajó a otras latitudes acongojado por el triste final de “Camelia Torres” y profundamente conmovido porque “la mujer de agua, rodó como una lágrima y se disolvió sobre la mejilla marmórea de una estatua”.

 



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