El pararrayos es un “artefacto compuesto por una varilla metálica, terminada en una o varias puntas y conectado a tierra o con el agua, que se coloca sobre edificios o embarcaciones para protegerlos de las descargas eléctricas atmosféricas”, evitando que las reciban y sean destruidos.
Las madres somos algo así, como pararrayos en el hogar. Vivimos atentas a los antivalores que merodean el ambiente, en la sociedad, para detenerlos, protegiendo la familia de sus descargas. Estos intentan penetrar en el hogar aprovechando confusiones, debilidades, necesidades insatisfechas, pero la madre con valentía busca la forma de neutralizarlos y erradicarlos.
Cada madre, acorde a sus posibilidades, evita las descargas negativas en su hogar; amortigua o resuelve las necesidades para que no falte comida, medicina, educación, armonía, afectos, alegría, etc., aun en detrimento propio. Cuando los hijos tienen hambre, no se detiene hasta que aparezca comida; si están enfermos, no duerme.
El amor y afán de protegerlos, la concentra en buscar soluciones en buena lid, evitando fuentes de aprendizaje negativas, inapropiadas, para que los hijos aprendan a caminar con firmeza, con seguridad por el camino del bien y tengan una vida libre, feliz, tranquila, sustentada sobre firmes valores morales y cristianos.
Cual pararrayos, la progenitora recoge angustias, limitaciones, incomprensiones, para que no afecten la salud física y mental, la realización personal y profesional de los hijos, para construirles un nido de amor y aprendizaje positivo; callada, recibe las descargas negativas para que en el hogar reine la armonía, la paz y solo lleguen ráfagas de amor y alegría ; como cuando pasa hambre para que sus hijos coman o se encierra a llorar por los sacrificios, incomprensiones, cansancio y sufrimientos, sin que lo noten. Eso la convierte en fuente permanente de ternura, de alivio.
Solo Dios sabe, de sus insomnios y de todo lo que, sin trascender, hace una madre por el bienestar de los hijos y la unión familiar. Es de imaginarse los esfuerzos de la que asume sola la responsabilidad de educarlos y hacerlos personas de bien.
Sus acciones para protegerlos son instintivas, naturales, placenteras, no espera recompensas; las recibe al verlos crecer saludables, apartados del mal, tomando con firmeza y coraje las riendas de sus vidas, manejando de manera ejemplar sus triunfos y adversidades. Eso la llena de íntimo orgullo, contento, ¡de gran alegría y felicidad!
Indiscutiblemente, lo más maravilloso de ser madre, lo que realmente identifica como tal, es la capacidad de ser un pararrayos en el hogar; un pararrayos que, al estar constituido de amor, tiene el mágico encanto de resistir y neutralizar, las descargas inesperadas, duras e hirientes que recibe; tiene el poder de neutralizar con coraje todo lo feo y odioso que la vida encierra, todo para alcanzar su meta: formar hijos de bien, útiles a la sociedad.
¡Dios bendiga y proteja a todas las madres del mundo!