La lucha por la independencia de los poderes públicos es incesante. El poder político se resiste a asumir la separación de funciones como mecanismo idóneo para el mejor funcionamiento del sistema democrático.
Los poderes tradicionales y los demás órganos constitucionales tienen sagradas misiones que cumplir. Sus funcionarios deben estar conscientes de su papel, tanto en la letra como en sus actuaciones.
Las potestades y deberes del Congreso Nacional, Poder Ejecutivo, Poder Judicial, Tribunal Constitucional, Tribunal Superior Electoral, Junta Central Electoral, Cámara de Cuentas y Defensor del Pueblo están claramente establecidos en la Constitución y las leyes. Pero, el peligro acecha siempre su independencia.
Para tener instituciones serviles, muchos presidentes han maniobrado para que no ejerzan fielmente sus funciones, no fiscalicen su ejercicio gubernamental y garanticen su impunidad, de existir manejos dolosos de los recursos del Estado.
Y, como parte de la hilada, nada pase por los excesos y la desobediencia a la Constitución y a las leyes que juraron cumplir y hacer cumplir.
Con el nombramiento de Miriam Germán a la cabeza de la Procuraduría General de la República, el actual gobierno inició un profundo proceso de independencia del Ministerio Público. Lo propio ha ocurrido con la JCE y la Cámara de Cuentas.
Esperamos que con el Defensor del Pueblo sigan creciendo nuestras esperanzas. No para traer suizos o nórdicos, sino dominicanos capaces —los hay— de resistir las presiones de un poder que, por naturaleza, tiene vocación de concentración, camino seguro para los abusos y arbitrariedades; y, que con su integridad enaltezcan el cargo.
El camino de la independencia de los poderes es pedregoso, se construye cada día y con todas las instituciones, las que, de no estar dotadas de esta, no servirían para un buen gobierno. Parece que el gobierno actual está muy consciente de su relevancia.
Si lo ponemos en términos sarcásticos, al estilo Sosa Wagner (La Independencia del Juez, una fábula?), la importancia de la independencia de los poderes y órganos es una bagatela: si hemos de ingresar en prisión o quedar en libertad.
Y cuando las cosas se enredan, si hemos de pasar años paseando nuestra desesperación y descrédito entre los muros de una institución penintenciaria o si perdemos nuestro patrimonio.