En el gusto estético del individuo contemporáneo, así como en la comunicación virtual del homo digitalis predomina una afición, es más, una sacralización en favor de lo impecable, pulido, liso, terso y valorativamente banal.
Esa tendencia adictiva, porque estimula las ciberadicciones, como también aditiva, porque elimina el sentido del relato histórico y la palabra como diálogo para reducirlo al cálculo o al mero dato, celebra sus rituales en un oráculo hedonístico: el consumo irresponsable y la autoexplotación.
Por esa razón, la lógica digital crea en el sujeto actual la necesidad de reemplazo sucesivo y sin miramiento de un artefacto electrónico o digital por otro similar, por el simple hecho de que es más nuevo, de una última -y efímera- generación o porque, dentro de la lisura de su corporeidad o de su estructura física ergonómica (hardware) y la sofisticación de su supuesta alma artificial, su sistema operativo (software) podremos encontrar nuevas aplicaciones, nuevos recursos virtuales, nuevas funciones sustitutas de la operatividad análoga o de lo que había sido mímesis de la naturaleza.
Hay una seña de identidad, sustenta Han (2015) en su ensayo “La salvación de lo bello”, del gusto del individuo de la época actual que tiende a reconocer como estéticamente bien logrado, como algo que le gusta y es hermoso solo aquello que se presenta como pulcro, impecable, liso, higiénico, satinado.
Por ejemplo, el cuerpo (femenino o masculino) desollado con láserpara su higienización, mayor goce pronográfico y más atractiva exposición en la pantalla.
El cuadro “El origen del mundo” (1886) de Courbet, ahora sería distinto, por depilado. Un teléfono inteligente, el último modelo de óculo para captación de realidades virtuales (Google Glass), la ligereza y chatura en los ordenadores personales; además, el interior muy simple, sin compartimentación marcada de espacios, pero, con predominio de la pantalla táctil del vehículo eléctrico marca Tesla; o más bien, el terso diseño exterior, sin aristas volumétricas aerodinámicasque aportaría el material PVC de Solvay para la industria automotriz ecoeficiente.
He aquí un paradigma de identidad que trasciende la cuestión estética del “Me gusta” para convertirse en un riguroso imperativo del mercado, que condiciona múltiples aspectos de lo social e incluso, suaviza o neutraliza la voluntad de cuestionamiento del espíritu crítico del individuo, para consolidar una sociedad positivizada, sin resistencia, sin las hendiduras y fisuras que provoca la criticidad de la negatividad frente al infierno de lo igual.
De ahí que la democracia se reduzca hoy a la cuantificación dogmática de la mayoría y del derecho omnímodo al voto.
Y es que, en la aceleración y ruido inherentes a la comunicación de la sociedad consumista y digital, los aspectos negativos o diferenciadores, las asperezas y avatares de lo cotidiano, la lentitud de la meditación y su profundidad tienen que ser eliminados, para la celebración hedonística de la fluidez y la vertiginosidad.
Han advierte que lo que nos venden como “estetización” de lo bello e impecable no es más que una “anestetización” de la conciencia, que ocultará la experimentación de lo estético como vivencia abisal del espíritu.