Durante muchos años, el automovilismo era uno de los deportes que más me atraía, al punto de que en muchas ocasiones asistía al autódromo ubicado en La Cumbre, hasta cogiendo “bolas”, para presenciar las excelentes carreras que protagonizaban Luis Rafael Méndez, Adriano Abréu, Tony Canahuate, entre muchos otros.
Esas competencias allí, escribieron la mejor parte de la historia del automovilismo dominicano, por la calidad de los competidores y el masivo respaldo de los fanáticos de todo el país.
Tras el “derrumbe” del autódromo de La Cumbre, se trasladaron las carreras a la pista de la base aérea de San Isidro, donde continuó el apoyo de los aficionados, sin embargo, el costo económico se hizo imposible, era inaguantable para los pilotos, debido en parte de la falta de patrocinio de empresas que durante años brindaron apoyo económico.
Después de la caída estrepitosa de las competencias en la pista de San Isidro, el automovilismo dominicano ha caído en un vacío que prácticamente se ha mantenido hasta el momento, a pesar de los constantes esfuerzos por consolidar el autódromo ubicado en la marginal de la autopista de Las Américas.
Pero a pesar de eso, el automovilismo tiene en el país un seguimiento de primer orden, a pesar de la orfandad competitiva que prima en el ambiente.
La idea de construir un nuevo autódromo, como el que aboga Adriano Abréu Sued, no es ni luce descabellada como creen algunos, aunque entiendo que debe ser ejecutado por inversionistas privados nacionales o extranjeros, porque por mucho crecimiento que se diga que experimenta en la actualidad la economía local, no creo que por ahora, haya posibilidades de invertir recursos del estado en ese tipo de proyecto.