Escribe Jeremías: “El que acapara riquezas injustas… al final no será más que un insensato” (Jeremías 17:11 NVI).
“Inmediatamente yo vi el sobre que se cayó llamé al hombre, mire señor lo que se le cayó… Me ofreció dinero como gratitud y yo le dije, no señor, estamos para servirle”, expresó el cabo de la Autoridad Metropolitana de Transporte (Amet), la frase es de José de los Santos, de 29 años de edad.
Este hombre devolvió un sobre con el contenido de 100,000 pesos a una persona.
Ya sea que te robe un peso o un millón de pesos, eres un ladrón. La honradez no se mide por la magnitud de tu acción, sino por tu integridad.
Cuando nosotros no tomamos en cuenta nuestras acciones morales, será más difícil para nosotros actuar con integridad, pues estos descuidos darán a luz lo que realmente practicamos.
José de los Santos no fue honrado ese día , sino que él tiene una disciplina diaria de un accionar correcto en la vida. La honestidad es su autenticidad.
La honestidad es una norma de vida diaria, donde tiene valor uno mismo, Dios y los demás.
La deshonestidad no tiene premio en la Escritura. Dios no acepta a una persona que “practica el engaño” (Salmo 101:7), y Jeremías 9:05 dice de una sociedad perversa: “Cada uno engaña a su prójimo, ni nadie dice la verdad; enseñaron su lengua a hablar mentira; se fatigarán iniquidad”.
La honestidad es una marca de una sociedad saludable.