La discoteca estaba llena esa noche. Luces de neón, el ritmo incesante de la música, los cuerpos que se movían al compás en el local bailable en Miami. Era el año 2007. Entre risas y copas, los ojos de Michael Jordan, leyenda del básquet, seis veces ganador de un anillo de campeón de la NBA con los Chicago Bulls, se posaron en una figura que destacaba en la pista: Yvette Prieto. Esbelta, con una seguridad que hipnotizaba, la modelo cubana, 15 años menor, irradiaba una elegancia innata, el tipo de aura que atrae miradas sin esfuerzo. No fue casualidad que aquella noche sus caminos se cruzaran. Ambos habían llegado al lugar con grupos distintos, pero una chispa los unió de inmediato.
La Navidad de 2011 tenía un aire especial. Las luces titilaban en cada rincón de la casa, el olor a pino se mezclaba con las notas suaves de un villancico en el fondo. Su Majestad llevaba semanas planificando el momento. Había decidido que esa era la fecha perfecta para dar el siguiente paso con Yvette Prieto, la mujer que había transformado su vida desde que la conoció en aquella discoteca años atrás.
El fin de semana de Navidad, en medio de un ambiente íntimo y familiar, Jordan se armó de valor. Durante la cena, entre risas y charlas, esperó el instante exacto para arrodillarse. Según cercanos a la pareja, no fue un gesto grandilocuente, sino más bien sincero y emotivo. “¿Quieres casarte conmigo?”, preguntó él, con esa mirada que combinaba firmeza y vulnerabilidad. Yvette, sorprendida pero emocionada, aceptó sin dudar. Aquel “sí” selló un compromiso que ya se venía cocinando en la cotidianidad de su vida juntos.
Pero Michael, quien había aprendido lecciones duras en su anterior matrimonio, tenía claro que esta vez debía proteger su fortuna. Antes de cualquier anuncio oficial, la pareja acordó los términos de un contrato prenupcial. Según se reveló más tarde, el acuerdo estipulaba que Prieto recibiría un millón de dólares por cada año que estuvieran casados, y esa cifra aumentaría a cinco millones anuales si superaban la década. Era un pacto práctico, reflejo del enfoque pragmático de Jordan después de haber desembolsado 168 millones de dólares en su divorcio con Juanita Vanoy. “Michael adora a Yvette, pero eso no ha afectado su sentido común”, dijo una fuente cercana a la revista National Enquirer.
El compromiso se mantuvo en privado por un tiempo, hasta que la noticia se filtró a la prensa a principios de 2012. En los meses que siguieron, los preparativos para la boda avanzaron en silencio. El 27 de abril de 2013, bajo un cielo despejado y un sol que brillaba con intensidad, Michael Jordan y Yvette Prieto dijeron “sí, acepto” en una ceremonia que personificaba el lujo y la exclusividad. El lugar elegido fue la majestuosa Iglesia Episcopal de Bethesda-by-the-Sea en Palm Beach, un edificio de estilo gótico rodeado de jardines impecables, donde cada detalle parecía salido de un cuento de hadas. No era cualquier iglesia; fue la misma en la que, años más tarde, Donald Trump se casaría con Melania.
El interior de la iglesia, decorado con cientos de rosas blancas y lirios, resplandecía en un ambiente sereno mientras los 500 invitados tomaban asiento. Entre ellos, personalidades del deporte, el cine y los negocios. Tiger Woods, amigo cercano de Jordan, y el director de cine Spike Lee fueron solo algunas de las figuras que se destacaban entre la multitud. Todos estaban allí para presenciar el segundo matrimonio del hombre que dominó la NBA en los 90, pero también para celebrar a la mujer que había conquistado su corazón.
Yvette, vestida con un espectacular vestido de encaje diseñado por J’Aton Couture, caminó hacia el altar con una sonrisa tranquila, reflejando la confianza y elegancia que siempre la caracterizaron. Jordan la esperaba al final del pasillo, vestido en un impecable traje negro, con esa mezcla de grandeza y sencillez que define su estilo. A medida que los votos se intercambiaban, la atmósfera se cargaba de un sentimiento de renovación. Para Jordan, este matrimonio significaba una nueva etapa, marcada por la estabilidad y la madurez que el tiempo y las experiencias le habían otorgado.
Pero la verdadera celebración comenzó después de la ceremonia, cuando el selecto grupo se trasladó al Bear’s Club, un exclusivo campo de golf en Jupiter, Florida, propiedad del legendario golfista Jack Nicklaus. Allí, el evento se transformó en una fiesta a gran escala, con más de 1,500 invitados que se unieron a los festejos. Bajo carpas gigantes montadas especialmente para la ocasión, la noche se llenó de música, luces y brindis interminables. Se rumorea que la boda costó alrededor de 10 millones de dólares, una cifra astronómica que incluyó detalles como un pastel de siete pisos y un espectáculo de fuegos artificiales que iluminó el cielo durante minutos.
Los asistentes disfrutaron de una cena gourmet acompañada por vinos de las mejores cosechas, mientras artistas de renombre internacional se encargaban de mantener la pista de baile vibrante hasta la madrugada. Entre los invitados, se comentaba el contraste con el primer matrimonio de Jordan con Juanita Vanoy, que había sido mucho más discreto y sencillo.
El amor entre Michael y Vanoy había comenzado en un bar de Chicago, rodeados por amigos en común. Era 1985 y, aunque él ya era una estrella emergente en la NBA, aquel encuentro en Bennigan’s se dio de manera casual, sin la presión de los reflectores. Dos años después, su relación se consolidó con la llegada de su primer hijo, Jeffrey, nacido el 18 de noviembre de 1988, lejos de las cámaras y a escondidas del mundo. No pasó mucho tiempo hasta que formalizaron su unión: el 2 de septiembre de 1989, casi en silencio, se casaron en Las Vegas. Jordan y Vanoy construyeron una vida juntos durante 17 años en los que también llegaron Marcus y Jasmine, nacidos en 1990 y 1992, respectivamente.
La imagen familiar parecía perfecta, pero los problemas comenzaron a emerger con el tiempo. En 2002, los rumores sobre una posible separación sacudieron los medios. “Diferencias irreconciliables”, decía el comunicado, aunque las especulaciones sobre infidelidades y tensiones no tardaron en llenar las portadas. Aun así, ambos decidieron darse una segunda oportunidad y postergaron el divorcio. Sin embargo, el desgaste era evidente. Cuatro años más tarde, en 2006, el matrimonio terminó definitivamente, sellando uno de los divorcios más costosos en la historia de Estados Unidos: Juanita Vanoy recibió 168 millones de dólares, además de una lujosa mansión en Chicago. Un golpe económico que, según muchos, marcó a Jordan y redefinió su enfoque sobre las relaciones en el futuro.
El acuerdo fue mutuo y, aunque Vanoy evitó durante años hablar públicamente sobre la separación, finalmente en 2013 compartió algunos detalles en una entrevista. “La mayoría de nuestras conversaciones son sobre los niños”, dijo con un tono que mezclaba diplomacia y franqueza. Pero lo que realmente llamó la atención fue su comentario irónico cuando se le preguntó por la nueva boda de Jordan: “No recuerdo que él haya dicho: ‘Por cierto, me voy a casar’”. La declaración se dio pocos meses después de que Jordan contrajera matrimonio con Yvette Prieto en una ceremonia fastuosa, en total contraste con su discreta boda en Las Vegas años atrás.
Para Jordan, la separación con Juanita representó un antes y un después. Aquella experiencia dejó huellas que influyeron en su enfoque hacia su nueva relación con Yvette. Esta vez, el exbasquetbolista fue más precavido, con el citado contrato prenupcial. “Michael no iba a repetir los errores del pasado”, afirmaban personas de su círculo.
En 2014, poco más de un año después de aquella boda millonaria en Florida, la noticia se filtró a la prensa: Michael Jordan y Yvette Prieto esperaban gemelas. Tras tres hijos adultos de su primer matrimonio, la llegada de estas niñas simbolizaba una segunda oportunidad para disfrutar de la paternidad, esta vez desde un lugar más maduro y asentado.
Victoria e Ysabel nacieron en febrero de 2014, rodeadas de un ambiente de discreción. A diferencia de los constantes flashes que seguían cada movimiento de Jordan en los años 90, esta vez, el exjugador y su esposa se aseguraron de mantener a las pequeñas fuera del ojo público. La mansión en Jupiter, Florida, se convirtió en un refugio familiar donde los momentos más cotidianos eran ahora el centro de la vida del legendario deportista, que además supo proteger y engrosar su fortuna con sus acertadas inversiones.
Por ejemplo, en 2023 vendió su participación en los Charlotte Hornets, franquicia de la NBA, en 3.000 millones de dólares, cuando en 2010 había pagado USD 275 millones para convertirse en el socio mayoritario. Pero sus aventuras en el mundo de los negocios están diversificadas. El año pasado, se transformó el primer deportista en la lista de las personas más ricas de Estados Unidos, con un patrimonio neto calculado en más de USD 3.000 millones. Desde cigarros cubanos, una marca de tequila, hasta el NASCAR; en todos esos negocios aparecen las garras de MJ, que encuentra su cable a tierra en Yvette, sus hijos mayores y las gemelas.