El mundo cada vez se hace más pequeño debido a los constantes y extraordinarios avances de la ciencia, y situaciones que antes parecían impensables que sucedieran, ahora parecen lo más natural, porque se crece exponencialmente.
En ese sentido, nadie pone hoy en duda que muchas organizaciones, e incluso países de diferentes grados de desarrollo, patrocinaban y todavía mantienen financiamiento a empresas dedicadas a violentar normas.
Las Grandes Ligas, por ejemplo, conocía el uso de sustancias para mejorar el rendimiento de sus jugadores, en especial cuando el béisbol estaba en baja por más de una década.
La lucha de jonrones que protagonizaron Sammy Sosa y Mark McGwire fue la responsable de una buena parte del despertar de ese espectáculo, del sueño y posible colapso económico que se proyectaba por varios años más.
De ahí en adelante, el béisbol retomó el camino del éxito, como negocio, y cuyo crecimiento no se ha detenido desde entonces.
Así las cosas, habría que afirmar que los ejecutivos de MLB son unos hipócritas al querer desconocer esa realidad que ellos mismos propiciaron.
Por eso resulta poco creíble que, ahora, de golpe y porrazo, quieran exiliar por siempre a jugadores que acumularon excelentes estadísticas con la ayuda de esteroides y otras sustancias que, en diferentes versiones, hay que admitirlo, se han usado en todas las épocas .
El uso de esos elementos debe ser eliminado, pero hay que admitir que cada día los laboratorios lanzan al mercado productos prácticamente indetectables en los laboratorios.
Por lo tanto, los señalados como “objetables” para ser electos al Salón de la Fama de Cooperstown, deben comenzar a ser analizados más democráticamente.
El dopaje debe ser detenido, pero esa lucha se hace cada día más difícil, porque en la medida que prolifera, más se benefician intereses económicos de gran envergadura, que no están prestos a abandonar ganancias increíbles.