Por fin, dirían muchos, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) decide prestar atención a la dolorosa situación que vive Haití, una nación naufragada en la pobreza, la ingobernabilidad, la inseguridad. Un país abatido, diezmado por la violencia más cruda y sangrienta de la región.
Haití se encuentra bajo una situación de ingobernabilidad. El país y sus gobernantes viven una disyuntiva sin precedentes: la profundización de la gansterización o la ocupación extranjera, una vez más.
Pero ¿es la ocupación extranjera la única solución a la grave crisis institucional, estructural que afecta a más de 10 millones de haitianos? Creo que no.
Es cierto que la crisis hace décadas que tocó fondo, pero tanto Haití como República Dominicana han vivido situaciones aún más difíciles que la que hoy azota a los hijos de Dessalines. Recordemos las ocupaciones militares a principios del siglo XX, las dictaduras de Duvalier y Trujillo allá y aquí.
Hoy, como en otras ocasiones aciagas, corresponde a los haitianos hallar la salida a la debacle a que su élite política la ha llevado.
En ese sentido me parece muy atinado y por tanto atendible el llamado que hicieron la semana pasada 50 organizaciones populares de Haití en una carta abierta dirigida a Antonio Guterres, secretario general de ONU. En el documento advierten que las recientes protestas populares “son parte de una lucha por un Haití liberado de la asfixiante injerencia extranjera, de la gangsterización, de esta miseria extrema fabricada y de un régimen político antinacional, ilegítimo y criminal establecido por el Core Group, del cual forma parte la ONU”.
El comunicado rechaza las medidas económicas implementadas en los últimos días por el gobierno de Ariel Henry, principalmente, el abusivo aumento de los combustibles que despertó la ira del pueblo, y que fortaleció un movimiento de protesta “cuyo objetivo es la recuperación de nuestra soberanía, la recuperación del destino de Haití en mano de los haitianos”.
Hace cerca de 60 años los dominicanos atravesábamos por una situación que parecía insalvable, golpe de Estado, guerrilla, ingobernabilidad y finalmente un levantamiento cívico militar que devino en guerra civil, y ahí, justo en ese punto se produjo la segunda intervención militar norteamericana, mal disimulada a través de llamada Fuerza Interamericana de Paz.
Es posible que, al observar desde fuera, mucha gente buena llegara a la conclusión de que a República Dominicana le convenía entonces una intervención extranjera, “ya que son incapaces de ponerse de acuerdo”, Solo los dominicanos sabemos cuánto tiempo y sacrificios costó pasar aquellas páginas ensangrentadas de nuestra historia.
Haití ha sido invadido varias veces por la ONU y los resultados han sido catastróficos para su pueblo. Actualmente en esa nación existe la Oficina Integrada de las Naciones Unidas en Haití (BINUH) la cual es calificada por las organizaciones que suscriben el documento como “la instigadora de una federación de bandas armadas con prácticas terroristas en todo el país”.
Más que una nueva intervención militar, los haitianos progresistas piden “el establecimiento de una Comisión de investigación independiente responsable de evaluar los resultados concretos de las diversas Misiones de la ONU, que ya trabajan sobre el terreno; y, en particular, la BINUH.
Se plantean la salida de Ariel Henry del poder, un gobierno de transición elegido por los haitianos con una hoja de ruta, un programa global que vaya en dirección a la satisfacción de sus legítimas pretensiones.
Por último, pienso que basta reflexionar un poco para concluir que si la intervención de la ONU y de ciertas potencias fuera la salvación para una nación ahogada en conflictos y violencia entonces Afganistán sería un paraíso. Y no lo es.
Dejemos que sean los haitianos los que resuelvan sus problemas. Para ayudar a un vecino no es necesario meterse en su cama ni decidir qué debe comer y qué no. El principio fundamental de la solidaridad radica en su incondicionalidad.