Cuba comienza a aceptar la realidad de una nación sin su líder revolucionario. Algunos cubanos están en duelo, otros intentan procesar la magnitud de la noticia.
Estas son las crónicas que Abraham Jiménez Enoa y Maykel González enviaron a BBC Mundo sobre cómo se vive en La Habana el anuncio de la muerte de Fidel Castro.
Un Chevrolet rosa de 1953 se desliza por la calle San Lázaro en Centro Habana.
Dentro van el chofer, más cinco personas que se han subido al taxi. En el asiento delantero va una pareja de adultos abrazada que deben pasar los 50 años.
En la parte de atrás, va una mujer con su hija, la madre tiene 65 años y la hija, que le recuesta la cabeza en el hombro a su madre, tiene 32.
En la reproductora del almendrón suena Silvio Rodríguez. Nadie habla. Es 26 de noviembre de 2016 y estas son las primeras horas de la revolución cubana sin Fidel.
El chofer del taxi, de 54 años, ha salido a trabajar con la presión arterial descompensada.
En casa, su esposa al despertarlo no previó que una taza de café matutina más la noticia de la muerte de Fidel Castro, podría dispararle la hipertensión.
Antonio, dueño del Chevrolet rosa, dice: «La gente puede o no simpatizar con él y sus ideas, pero Cuba es Fidel, él fue quién nos puso en el mapa».
En las primeras horas de la mañana, las calles se mantuvieron vacías, en silencio.
Muchas personas se enteraron de la noticia al amanecer. Solo se oía el murmullo casero de los televisores que reproducían una revista informativa especial que transmite la televisión cubana y las emisoras de radio.
Cerca del colegio electoral donde Fidel ejercía su voto, en el Vedado, a metros de una de sus residencias temporales cuando estaba en funciones, los balcones de algunos edificios muestran la bandera de Cuba que ondea con el viento.
Las postas de esa guarnición militar en el medio de la ciudad están custodiadas por miembros del Ministerio del Interior que siguen de guardia.
A las 9 de la mañana hicieron el acostumbrado cambio de turno, en este sitio todo sigue igual.
Antes del mediodía, Centro Habana y la Habana Vieja estaban más pobladas que el Vedado, había más gente caminando, más gente en su ajetreo cotidiano.
Un señor de 78 años, arquitecto, en su balcón que da a la calle Amistad, encima del bar Palermo, ha puesto un cartel viejo con la cara de Fidel y una pequeñita bandera de Cuba.
En los bajos, turistas extranjeros no paran de hacerle foto al edificio derruido.
«Quizás pensamos que este día no llegaría, pero ya lo estamos viviendo», dice el jubilado Heberto Suárez.
«Mucha gente lo deseaba porque piensan que esto va a cambiar, pero esa gente no sabe que a Cuba no la cambia nadie y que el único que podía jugar con ella era Fidel».
En la Universidad de La Habana, estudiantes y profesores se congregaron para rendirle tributo a Fidel Castro.
En plena escalinata, delante de la efigie del Alma Mater, los universitarios gritaron consignas como «se oye, se siente, Fidel está presente» y cantaron más de una vez el himno nacional.
Las lágrimas en los rostros no faltaron. Las gargantas desaforadas tampoco.
A fuera de la Facultad de Derecho, sitio de estudio de Fidel en tiempos de universidad, dejaron montado una especie de mini exposición fotográfica rememorando su época estudiantil.
La tarde cae plomiza en el municipio Playa, en La Habana.
Hay una quietud espantosa en las calles. Hay un viento frío. Suena un toque de tambor.
En la calle 11, de la casa de donde sale el toque de tambor, sale un hombre vestido de blanco con un gorro verde y amarillo, mira al cielo y dice en voz baja: iború iboya Fidel. Se persigna y sale caminando.
Entretanto, en La Habana…
Por Maykel González
El clima es calmoso, pero lo que sea se difumina en breve: ha habido un golpe seco, demasiado directo.
Murió Fidel.
El hecho no ha vencido a la información, sin embargo, es más simple de lo que se piensa, y es quizás la propia sencillez lo que entorpece incorporarlo al organismo y, luego, exteriorizarlo de algún modo, en el paroxismo o la indiferencia.
Cómo procesarlo. Posiblemente se trate de uno de los hombres a los que más le han deseado la muerte (más de 600 atentados se suponen en su contra).
Y, por otro lado, no menor, anhelando la imposible eternidad del Comandante.
De la noticia -la imagen de Raúl conteniendo el llanto- al cerebro, del cerebro al movimiento, del movimiento a la boca, una gran dislocación en el medio.
Se pudiera escribir que las nubes amortajaron el cielo de La Habana, y es como un pedazo de lo que se ve.
Mirando hacia arriba, es gris y cerrado por momentos.
Esta parte de la historia de Cuba, la que se planta enfrente hoy, parece borroneada, sin fuerza en el trazo, inconsistente.
Aún la sacudida no llega a ser tal que despoje completamente del letargo.
Poco antes de las doce de la noche ya es oficial. Pero es a la una y treinta de la mañana que Amparo Núñez recibe la nueva que después le atenazaría.
A Nolan, su hijo de veintisiete años, un amigo le telefonea por el móvil y le dice: ¿No lo has visto?, Fidel se murió, compadre.
Nolan, confiando firmemente en la dureza y resistencia del líder, tira todo a broma.
El amigo insiste: pon el televisor. Lo que viene es deducible. Nolan corre y despierta a Amparo. Apúrate, apúrate, mira esto, le dice.
Amparo se tira de la cama a toda prisa. En la televisión lo comunican una y mil veces, incluso detrás de las cámaras hacía falta convencerse.
Amparo, con los pelos revueltos, está inmóvil y le corre una lágrima casi imperceptible. Al rato la asalta una interrogante: «A cuántos más va a enterrar la momia de Alicia Alonso.»
Mientras en la calle 8 de Miami, hay cubanos que celebran golpeando sartenes y calderos con cucharas, en La Habana no se sabe realmente qué ha pasado, nadie se atreve o quiere ponerse a medir la envergadura del acontecimiento.
La calma es redonda. En las cercanías de la Plaza de la Revolución se instalan baños públicos para los viandantes en los días de firmas de condolencias.
Lázaro cree que lo ha entendido: «Al final lo esperábamos, un día tenía que pasar, pero, coño, le duele a cualquiera, hasta al enemigo».
«Primero me asusté, y después uno se pregunta qué va a pasar a partir de ahora.»
Quien habla es Lissette que, como muchos otros, lo supo a destiempo.
En el ómnibus P-2, los pasajeros viajan sin intercambiar apenas una palabra. Una pareja, hombre y mujer, vestidos con mucha mesura, tratan de que no los escuchen.
Hemos pasado la vida entera imaginando como sería ese día y resulta que es muy raro lo que se siente, comenta él.
Claudia dice que la sensación es la misma que cuando muere alguien que no conoce. La misma que si alguien viene y te dice: Oye, tú, se murió fulano.
Para ella no fue la gran cosa que sale en las noticias o en Facebook. Para ella es como si Fidel Castro se hubiese muerto hace un montón de tiempo.
A estas horas, en uno de los edificios del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias se informa en papel impreso que las condecoraciones y reconocimientos a combatientes quedan pospuestas para el 2 de enero, en lugar del 2 de diciembre, cuando se iba a celebrar, con una marcha popular, el Aniversario 60 del Desembarco del yate Granma y el Día de las FAR.
Y de un balcón, cuelga, elocuentemente, una bandera cubana con un nudo negro, comprimiendo las barras del símbolo patrio.