El mundo observa con asombro el desenlace de las disputas comerciales entre los Estados Unidos de América (EE. UU.) y uno de sus principales socios comerciales, la República Popular China (China). Desde que el comercio se globalizó con una serie de acuerdos preferenciales y la propia Organización Mundial del Comercio (OMC), no se había visto algo similar a la guerra arancelaria actual entre esas dos naciones poderosas.
En abril del año pasado, frente a lo que consideraba prácticas desleales y violaciones consistentes a la propiedad intelectual, Estados Unidos. bajo el liderato del presidente Trump, decide someter a China en la OMC.
Frente a lo que entendían era una falta de sanción, impuso una serie de sanciones consistentes en aranceles aumentados a una serie de bienes de manufactura china.
Como resultado del accionar de Estados Unidos, China respondió a su vez con aumentos arancelarios a productos de esa nación.
A la fecha las negociaciones para bajar las tensiones y procurar una solución satisfactoria se han estancado, teniéndose como resultado rondas consecutivas de aumentos mutuos de aranceles, resultando en perjuicio económico para cada una de las partes.
Y las tensiones continúan, escalándose aun más con caídas en los respectivos mercados de valores, devaluaciones monetarias, sanciones a empresas particulares, en un camino que podría llevar a incluir temas militares, económicos, y hasta ideológicos.
De momento, nuestro país permanece neutro en esa gran disputa, sin embargo, percibiendo el porqué del recelo de Estados Unidos al acercamiento reciente dominicano hacia China. En todo caso veremos encarecer muchos productos por efectos de aranceles adicionados a productos que importamos de dichos países y abaratando otros como el caso del petróleo.
Más importante aun es el hecho de que podemos estar en las vísperas del mayor conflicto geopolítico del presente siglo, de consecuencias imprevistas y a las cuales tenemos que estar muy atentos y prudentes para no vernos arrastrados por sus consecuencias.