La guerra

La Segunda Guerra Mundial, que comenzó en 1939 con la invasión alemana de Polonia, no fue comúnmente llamada así hasta que Roosevelt popularizó ese nombre en 1942.
En el Reino Unido la prensa y Churchill se referían a la conflagración como “la guerra”.
Ahora, tras la invasión rusa de Ucrania, el genocidio israelí en Gaza y el bombardeo por Estados Unidos en Irán, vemos advertencias de Pakistán a Israel de que responderá con bombas atómicas si Netanyahu las usa primero contra los iraníes.
Lucen crispadas y atentas otras potencias nucleares como Corea del Norte, Rusia y China (nombradas en orden de peligrosidad, no de potencia). Entes terroristas como Hamás, Hizbolá, los houthis de Yemen y otros, financiados y armados por Irán, complican aún más el ambiente bélico, mientras Trump libra una guerra comercial con China que afecta al mundo entero.
Desde hace medio siglo Washington ha mamoneado ante los ayatolas fundamentalistas que aspiran a reinar dictatorialmente con valores religiosos del siglo VIII mientras desarrollan un arsenal nuclear, tras décadas de gritar “muerte a Estados Unidos” y jurar la destrucción de Israel.
Es paradójico que el mundo olvide que hace 41 siglos Abraham salió de Ur, de tierras persas, para emigrar a Canaán y ser patriarca del judaísmo, el cristianismo y el islam. Que tanta destrucción y muertes las dispongan quienes se dicen creyentes en un mismo Dios es una barbaridad de magnitud epiplopéyica.