El otro día alguien me preguntó: ¿dónde está tu fuerza? Y la verdad que me quedé pensando qué responder. Uno enfrenta la vida con todas las herramientas que aprende y va acumulando a lo largo del tiempo, pero no se para a pensar realmente de dónde nace la fuerza que le permite seguir adelante en cualquier situación.
Me di cuenta que lo primero son mis raíces. De dónde vengo y todo lo que me formó durante mi infancia. Mi familia, lo primero, el barrio en el que crecí, la escuela, los profesores, mis amigos de entonces. Todos me transmitieron enseñanzas que todavía hoy atesoro y que me hicieron la mujer que soy.
Después mis ganas de conocer, de saber, de entender me fueron dando esos conocimientos de lo que quiero y de lo que no quiero, pero sobre todo de lo que quiero ser y de lo que no quiero ser. La fortaleza fue creciendo.
Luego las personas positivas que han llegado a mi vida con lecciones de esperanza, las negativas que me han regalado resiliencia.
Y qué decir de aquellas que me han acompañado en el camino, en lo bueno y en lo malo, y que me han inculcado lo importante que es estar siempre presente. Mi pareja, mi compañero incondicional que cada día me empodera.
Y llegó el momento de ser madre y entender que el mundo se puede cambiar, merece intentarlo para los que vienen detrás.
Todos mis éxitos me han dado fuerza, todos mis fracasos me han dado fuerza.
Al final, todos somos un compendio de experiencias, de influencias de personas que amamos pero, ante todo, de ser capaces de querernos y de entender que la fuerza no se mide por las veces que la necesitas, sino por las veces que la usas para ser feliz.