La frontera dominicana con Haití se ha convertido en un serio problema para los dominicanos en las últimas décadas y recordando al mitológico héroe de la Guerra de Troya, Podríamos asegurar que es nuestro mayor talón de Aquiles.
Cierto es que el país se ha convertido en el paraíso operativo de las grandes mafias del mundo, de la delincuencia organizada y del narcotráfico, pero cuando medimos el problema que nos causa el trasiego de personas, armas, drogas, enfermedades y distorsiones económica, incluyendo el deterioro de nuestra reputación, hay que colegir en que ese es nuestro verdadero talón de Aquiles.
Las críticas a la idea de un muro fronterizo en este trayecto de poco más de 300 kilómetros de longitud, fueron intensas y, hasta cierto punto visceral, pero la realidad es, que si logramos amurallar los espacios más carenciados y vulnerables, este grave problema podría disminuir.
La arrabalización de las calles del país, de los puentes, carreteras, negocios, hospitales, escuelas, las iglesias y otros espacios, es una realidad que no podemos ocultar bajo este sol y la desidia de las autoridades se ciñe el más alto galardón, comenzando por la inoperatividad de los agentes migratorios y las políticas de control.
A través de esa frontera nos contaminan, nos saquean, nos matan y nos venden, sin que seamos capaces de reaccionar ante esa ignominia, porque los políticos, la “sociedad civil”, los defensores de los “derechos de nadie” y nuestras autoridades no tienen tiempo para ello y sus espacios lo dedican, con honradas excepciones, a fortalecer sus fortunas y otros intereses personales.
Pensamos que es tiempo de poner los pies sobre la tierra porque nos estamos quedando sin espacio para el trabajo, sin suelo, sin mar, sin aire, sin patria y sin dignidad y, si no dedicamos la poca fuerza que nos queda a defender lo que aún poseemos, pasaremos de amos a vasallos en muy poco tiempo.
El empresariado, los medios de comunicación, las universidades, los políticos, los profesionales en todas las áreas y los hombre y mujeres que todavía llevan en su sangre el orgullo de la dominicanidad, deben levantarse, estoy en primera fila, para reclamar el fin de esta película burlona que nos mantiene en el descrédito universal. ¡Está bueno ya!
El autor es abogado, periodista y relacionista.