La finitud como sentido de la vida

La finitud como sentido de la vida

La finitud como sentido de la vida

Un sacerdote amigo mío se lamentaba de la disolución de la obra que por décadas construyó en el país y que luego de su partida la dejaron caer. El bien que ofrecía ese proyecto ya no lo recibe nadie. De igual manera he tenido que contestar muchas veces la pregunta de si el PLD que forjó Juan Bosch es el mismo que conocemos en la actualidad. Con Bosch murió el PLD, casi una década antes de su fallecimiento, cuando la lucidez le abandonó y otros dirigieron un proyecto partidario en una dirección muy diferente a la que él deseaba.

Sea por la muerte de su autor o su alejamiento de la obra que construyó, todo cesa o se transforma. La vida del ser humano es tan limitada que la aspiración a trascender nuestro ego en hechos, ideas o hasta genes, es una ilusión. Y quien vive de ilusiones no vive. Ganar mucho dinero, alcanzar poder político o influencia social, escribir artículos o libros, tener hijos y nietos (“tan numerosos como las estrellas del cielo”) o cualquier esfuerzo por ir más allá de la efímera existencia, es un esfuerzo vano.

Basta leer la historia para descubrir cuantos imperios sucumbieron de la manera más simple, cuantos jefes y dirigentes se disolvieron en las arenas del tiempo y sus voluntades hoy, en el mejor caso, genera una sonrisa burlona. Tantos papeles escritos por mentes privilegiadas que hoy casi nadie lee y tantos documentos que desaparecieron en el tiempo y que ninguna pupila humana volverá a reflejar.

Los seres humanos vivimos en una temporalidad tan breve y con una conciencia de sí que gime por no perecer. Hemos inventado tantos recursos para no morir que gran parte de la cultura humana es una colección de artilugios materiales o ideológicos que niegan la muerte o la disfrazan. Ni controlamos nuestro surgimiento a la existencia, ni controlaremos lo que ocurra después de nuestra muerte. Y en el medio de uno y otro no vivimos sino que nos esforzamos en evitar el irremediable final que nos aguarda, con paciencia y sin fecha u hora. Es tan poderosa esa pulsión por evitar la muerte que todo lo que se venda con ese propósito tiene mercado seguro.

Las grandes ideologías económicas y políticas desprecian el presente y movilizan a las grandes masas humanas a futuros utópicos sin ninguna garantía de realización, pero que permiten a minorías acumular grandes fortunas y controlar los centros del poder mundial. Este sacrificio de la realidad actual, de la única vida material de que dispone cada hombre y mujer, genera sacrificios inmensos hacia un futuro que no vivirán, ni disfrutarán, y que seguro sus descendientes no conocerán. Es lo que nos enseña estudiar todos los proyectos semejantes en el pasado: los millones y millones de seres humanos inmolados por la voluntad de poder, el lucro o las ideologías absurdas.

La única salida a ese teatro del horror y del absurdo es recuperar el presente como espacio de felicidad y sentido, y el amor y cuidado que nos debemos unos a otros aquí y ahora, como única práctica humana. Para los que somos cristianos ese es el mensaje de Jesús y el testimonio de su vida y resurrección. Una lectura contraria es pura ideología, igual de falsa que las interpretaciones del Corán que justifican la guerra y la venganza.

Los seres humanos, que existimos por pura gratuidad, pudiendo no haber existido, y conscientes de que nuestra vida es limitada en el tiempo, tenemos como sentido último, independientemente de nuestras esperanzas en una vida más allá de la muerte, amarnos unos otros, cuidarnos, crear nuevas realidades que estén al servicio del bienestar de todos y construir un modelo social más justo, libre y equitativo.