—¡Vamos. Hagan una fila!
Escucharon una voz conminatoria, pero firme y autoritaria.
La multitud obedece. Tomó forma y se ordenó en la hilera. Gente mansa y silenciosa.
Los cinco primeros, en armonía con el resto, estaban felices, presumiendo su privilegio.
¿En qué tiempo serían llamados? No importa el tiempo cuando se tiene una posición tan próxima a conocer las bondades del destino.
El primero miró hacia atrás y sonrió satisfecho. Eso produjo un contagio inmediato y el segundo, el tercero hasta llegar al quinto, sonrieron. Y desde el sexto hasta el último, estamparon en el rostro una sonrisa de la que nadie conocía su origen.
Todos, independientemente de que buscaban un destino común, estaban atrapados por un insospechado vínculo más sólido que la soledad, el rencor o la desidia. A cada quien, en su momento, le tocaría lo que la suerte le tenía reservado, cuando llegara su turno.
El encargado del proceso abrió la ventanilla con rigurosa puntualidad.
Había una composición muy singular y variada en la fila. Mujeres y hombres sin diferencia de número; y, sobre todo, increíble, había muchos jóvenes.
La voz se escuchó de nuevo. Ordenó que avanzaran; y la nutrida fila empezó a caminar, lentamente.
Ese día los convocados corrían con suerte. ¿Quién conoce el poder de la ilusión que los arrastra y llena? ¿Cuál será el desenlace? La gran revelación estaba en curso. Paciencia. Y se sabrá en cuestión de minutos.
En la fila había sosiego y paz en la mirada de todos. Estaban felices. La emoción de su primera vez los desbordaba.
No hablaban. Todos en orden, avanzaban hacia la ventanilla del servicio.
En medio de una crisis sin precedentes el Ministerio de Salud no tenía disponibilidad de dolores de cabeza ni enfermedades catastróficas. El cólera, ayer, contrario a las expectativas, tuvo una gran demanda. Tampoco había ofertas de ningún tipo de Alzheimer. Eso incluía el deterioro cognitivo leve, que poco a poco apaga la memoria hasta que se pierde completamente la razón.
El día era soleado. Maravilloso. Nubes níveas y despejadas surcaban el cielo. Todos los convocados podían celebrar con júbilo.
—¡Avancen! ¡Avancen! —animaba la voz.
El trámite era simplificado y breve.
No había libertad de elección. En la fila, hoy, solo estaban repartiendo infartos fulminantes.