El poema es invocación. Con el tiempo es una elegía, dice Borges en un verso. Es también celebración de la palabra en libertad expresiva, mas no se fatiga en su travesía contra el silencio.
Si bien la poesía es conjura contra la historia, es, asimismo, pasión eterna, oficio secreto y solitario, cuyo silencio es relativo, ante el absoluto de su creación cotidiana, que no se disipa en los intervalos de la práctica de otros géneros literarios.
Esta peroración viene a cuento, a propósito del fervor con que José Rafael Lantigua cincela el poema, como expresión elocuente de la lectura, en estado de delectación lírica -y en su eterna presencia contra el tiempo de las banalidades.
Su poesía aparece en los intersticios del verso e irrumpe también en los meandros de su prosa.
Este ensayista de prosa en movimiento y mágicas palabras es, sobre todo, un militante crítico literario, cuyo método de aproximación al texto dimana de la pasión, la celebración y el entusiasmo, antes que del resentimiento escolástico y la “mala fe” crítica –y esto lo salva de las mancuernas estéticas e ideológicas de las tendencias críticas, que lejos de estimular la lectura y conocimiento del autor, lo alejan y prejuician.
Con la publicación (en edición limitada de cincuenta ejemplares) del poemario “La fatiga invocada”, este sagaz crítico literario, entusiasta periodista cultural y festivo ensayista, continúa su pasión poética, compartida con el ejercicio de otras vertientes intelectuales, que lo han hecho ocupar un espacio ejemplar en la vida cultural del país en los últimos cuarenta años.
Con este libro, Lantigua afinca su pulso poético en nuestra tradición literaria, al lograr un equilibrio entre el canto y la imaginación, en un tejido de versos y prosa de sabiduría poética -en expresión aforística, a ratos-, en los que afloran recursos y procedimientos creacionistas y surrealistas.
Así pues, el poeta, autor de “Los júbilos íntimos” (2003), postula aquí una especie de elegía del sueño, donde resuenan los ecos de la memoria, como materia de ficción y recurso poético: “El sueño es un navío que enfermó de vértigo”. O cuando sentencia: “El sueño es la elegía del silencio”.
Hay pues en este poemario –como se echa de ver- una articulación simbólica entre la experiencia onírica y la experiencia de la vigilia, que funciona como estrategia inventiva, poblada de interrogaciones e invocaciones, visiones y evocaciones.
Los encabalgamientos y las sentencias aforísticas, en clave poética, le confieren a este libro, riqueza lírica: grácil y proteica, energética y daimónica. Así sentencia:
“No te jodas la vida.
Utiliza la poesía.
Y calla”.