Delia Sosa, una inmigrante dominicana de 64 años, camina por un tramo de la avenida Broadway en Nueva York nombrado ‘Juan Rodriguez’, pero admite desconocer quién fue ese personaje.
«Por el apellido, parece dominicano», adivina.
Y cuando le cuentan la fascinante historia detrás de ese nombre, Sosa abre sus ojos cada vez más grandes.
Esa calle se volvió el mayor reconocimiento de la ciudad a Rodríguez.
Atraviesa Washington Heights, una zona del alto Manhattan también denominada «Pequeña República Dominicana» por la fuerte presencia de emigrantes de ese país.
Sin embargo, buena parte de los neoyorquinos ignoran que ese hombre procedente de Santo Domingo fue el primer habitante no indígena que se conozca en estas tierras, el primer inmigrante de una futura ciudad de inmigrantes.
«Él es una especie de precursor de la multiculturalidad de la ciudad de Nueva York», dice Anthony Stevens-Acevedo, un historiador que ha investigado el periplo de Rodríguez, a BBC Mundo.
«Una casualidad»
Sobre la vida de Juan Rodríguez parece haber más incógnitas que certezas.
Los datos más reveladores sobre su historia provienen de documentos hallados en Holanda. Señalan que Rodríguez era un hombre negro o mulato que en la primavera de 1613 arribó al área del río Hudson donde hoy está la ciudad de Nueva York.
Llegó a bordo de un barco mercante holandés proveniente de Santo Domingo, el lugar de la isla caribeña de La Española que entonces era colonia de España y lugar de nacimiento de Rodríguez, según el testimonio registrado de miembros de la tripulación.
El hecho de que su nombre aparezca escrito en documentos como Jan Rodrigues motivó cierta especulación con que tuviera raíces portuguesas, pero expertos advierte que falta evidencia de eso.
Todo indica que el barco Jonge Tobias en el que Rodríguez llegó al río Hudson, presumiblemente como marinero, exploraba oportunidades para el comercio de pieles.
Lo cierto, según los documentos de la época, es que cuando el capitán de la nave anunció que regresarían a Holanda, lo hizo con un tripulante menos: Rodríguez.
Algunos se han preguntado si fue abandonado por los holandeses, aunque los testimonios de tripulantes señalan que Rodríguez se bajó del barco por voluntad propia tras amenazar con saltar por la borda si se lo impedían, y recibió armas y herramientas para sobrevivir hasta que volvieran al año siguiente.
Esto marca la importancia histórica de Rodríguez como primer habitante no autóctono de estas tierras.
El área donde se instaló entonces, descubierta menos de un siglo antes por el explorador italiano Giovanni da Verrazzano para Francia, era habitada por aborígenes pertenecientes en su mayoría a la tribu Lenape. Y estaba sin colonizar.
Se cree que Rodríguez logró comunicarse y comerciar con los indígenas gracias a su familiaridad para entender distintos idiomas, adquirida en sus contactos con extranjeros en La Española.
Sin embargo, Thijs Mossel, el capitán del barco donde Rodríguez llegó allí, se encontró con una sorpresa cuando regresó al lugar en 1614: Rodríguez trabajaba para otra expedición holandesa que había llegado poco antes.
Se desató un conflicto entre ambas embarcaciones y, según testimonios recogidos posteriormente por las autoridades holandesas, Rodríguez participó de la disputa violenta, fue herido y rescatado por sus nuevos socios.
Si bien se desconoce qué pasó con Rodríguez a partir de ese momento, Stevens-Acevedo explica que aquel conflicto ayudó a que su historia quedara documentada en Holanda.
«Fue un poco una casualidad lo que nos permite saber sobre Juan Rodríguez», dice el investigador y coautor de una monografía sobre este personaje para el Instituto de Estudios Dominicanos de la Universidad de la Ciudad de Nueva York, (CUNY).
«Un hombre negro, libre»
La historia de Rodríguez parecía destinada al olvido hasta que el historiador Simon Hart lo mencionó en 1959 en un libro sobre los primeros viajes holandeses al Hudson, que incluía citas de los documentos notariales originales.
Eso permitió que en décadas siguientes otros investigadores comenzaran a ver a Rodríguez como un ejemplo temprano de presencia afroamericana en lo que hoy es la Gran Manzana.
De hecho, residió en el lugar antes de que los holandeses fundaran Nueva Amsterdam en 1624 y los ingleses la rebautizaran como Nueva York tras conquistarla en 1664.
Stevens-Acevedo describe a Rodríguez como «un proto-dominicano típico de la época: un hombre negro, libre, muy acostumbrado a tomar iniciativa propia y fiero defensor de su libertad».
También ha sido definido como el primer latino o el primer emprendedor en este lugar del mundo.
Puede haber múltiples explicaciones al hecho de que su historia sea desconocida por buena parte de Nueva York hasta hoy, más allá de algunos circulos académicos o culturales, incluso después que el entonces alcalde Michael Bloomberg aprobara en 2012 nombrar parte de Broadway en su honor.
«La gente está enfocada en otras cosas hoy: el covid, el futuro de las nuevas generaciones, la salud y la educación», dice Paulina Monte, una inmigrante dominicana de 65 años que tampoco conoce quién fue Rodríguez.
James Nevius, un historiador urbano autor de varios libros sobre Nueva York, sostiene que existe una tendencia a «blanquear» la historia.
«(Rodríguez) representa tanto la diversidad, la promesa de la ciudad de Nueva York, como una lucha constante con personas que tratan de aprovecharse», dice Nevius. «En Nueva York puedes llegar a cierto nivel, pero si hay alguien por encima tuyo y cree que eres demasiado listo para lo que sea, te apartan de un empujón».