Hace poco alguien a quien quiero mucho y cuya opinión para mí siempre es sabiduría, me dijo que la vida es como una estación de trenes.
Tú estás en el andén esperando, viendo pasar los diferentes trenes y decides qué quieres hacer. En ocasiones te subes a uno que sabes a dónde va, en otras subes sin saber muy bien el destino pero eso es parte del encanto.
En cada uno de ellos puedes subir solo o acompañado y en el trayecto puedes decidir bajarte y coger otro, incluso, hacerlo solo o acompañado.
Y también en ese mismo trayecto puedes encontrarte con personas que tienen tu mismo destino o que te descubren otros.
Lo importante de todo esto es que eres tú quien decide cuándo subir, bajar y cómo hacer el recorrido.
Y eso es lo más maravilloso de la vida; darte cuenta que en cada decisión que tomes comienzas un viaje único pero no determinante, que puedes disfrutarlo, cambiar de opinión, dejar que otros sigan su camino o hacerlo juntos, conocer personas que te nutran en todo el proceso y dejar a otras atrás.
Lo que no puedes hacer es quedarte en la estación viendo como los trenes pasan y como otras personas entran y salen, quizá esa es la postura menos arriesgada pero al final para qué quieres estar solo en la estación.
Creo firmemente en que cada decisión que tomamos es el comienzo de algo, a veces bueno, a veces no tanto, pero cuando lleguemos a donde vamos ya no seremos los mismos.
Y eso es lo más maravilloso de la vida y a lo que nos tenemos que aferrar cuando sintamos que hemos perdido el tren. No pasa nada porque otro vendrá y seguro que llega con cosas mejores. Solo hay que tomarlo.