Aclaro que no tengo causa ni intención de asociar la persona del mayor general Nelson Peguero Paredes, director de la Policía, con la de un personaje tan siniestro como Tomás de Torquemada, aquel a quien el papa Inocencio Séptimo designó Inquisidor General el 17 de octubre de 1483.
Eran los tiempos de la Inquisición establecida por la Iglesia católica y la función de Torquemada era juzgar, conforme a los draconianos códigos de la Iglesia de ese tiempo, cualquier acción que se considerara una herejía y lanzar al fuego a los autores o presuntos autores de la misma.
Aunque hay quienes se aventuran a dar cifras, lo más probable es que nunca se llegue a saber los millares de seres que fueron lanzados vivos a las hogueras y Torquemada pasó a la historia como el símbolo de la crueldad y el fanatismo religiosos.
La Iglesia tomó sus previsiones y Torquemada fue dotado de una bien nutrida escolta. Así, cuando don Tomás se desplazaba de un lugar a otro, iba cuidado por trescientos hombres. Cincuenta caballeros y doscientos cincuenta infantes.
Pongo este caso como referencia ante la información que ha dado cuenta de que el general Peguero Paredes tiene asignada una escolta de ciento treinta y dos agentes. Ni como individuo ni como funcionario lo estoy asemejando a Torquemada, pero el tamaño de la escolta del general se me va pareciendo demasiado a la del tristemente célebre juez de la Inquisición.
Un coronel, diez capitanes, treinta y nueve tenientes, treinta sargentos, veinticuatro cabos, veintiún rasos, tres igualados y dos asimilados. La seguridad del director de la Policía hay que cuidarla, pero, como dice el merengue, lo demasiado hasta Dios lo ve.
Yo creía haber oído al mismo general decir que aquí el orden público está garantizado, que la delincuencia disminuye y todo el mundo puede respirar tranquilo. Entonces para qué una escolta de ese tamaño.
Aunque a fin de cuentas. yo me transaría y aceptaría una mega custodia como esa, a cambio de que me le pongan también una buena escolta al pueblo que, casi desprotegido, sufre el rigor implacable de una arrolladora ola de la delincuencia, sin que el cuerpo policial que el general encabeza logre ponerle remedio.