Leí el grito de protesta del maestro Colombo, contra la incontenible ola de vulgaridad supuestamente musical que va suplantando nuestra música de calidad. Le dije al Caballero Pietro Peramosca, lo que le digo ahora en estas líneas.
Caballero, estamos viviendo la era de lo estrafalario, impuesta por un capitalismo en descomposición y mire usted si la burguesía sabe su asunto, que ha convertido lo estrafalario en mercancía codiciada y así, hasta de lo estrafalario saca ganancias.
Esta es la era de los hombres con los zapatos sin medias y los jóvenes con los pantalones cayéndoseles. Julio Iglesias, que ni por asomo se atrevería a hacer cosa semejante en el Palacio de la Moncloa en su país, vino al Palacio Nacional y se sentó a hablar con el mismo presidente de la República, con los juanetes afuera.
Hoy se ha abandona cada vez más la higiénica costumbre de afeitarse las barbas y en muchos casos, hasta el viejo y saludable hábito del baño cotidiano se va de paro. Un joven o una muchacha y a veces algunos viejos verdes, van a la tienda y pagan más caro por un pantalón roto que por uno entero.
Y creen que se ven mejor con una franela sin mangas que le deja los sobacos al descubierto, que con una buena camisa.
Entonces, lo estrafalario se ha transferido a la música y ahí están las consecuencias. Viva la renovación y le evolución de la música. Si no creyera en la necesidad de esa evolución en una sociedad que cambia, estuviera abogando porque el merengue típico se tocara con bandurrias y güiros de bangaño como se tocaba en el siglo diecinueve.
Pero en nombre de la evolución y lo moderno no se pueden justificar la obscenidad, la incitación al vicio, al feminicidio, al desenfreno sexual, que son componentes infaltables en algunos de los ritmos estrafalarios que están llegando a los oídos de la gente, incluso de los niños que también viven atentos a todo.
Entonces, Caballero, no nos dejemos matar del corazón. Cada quien que ejerza su derecho. Pero clamemos porque alguna vez desde el Estado se respalden seriamente los esfuerzos por preservar lo mejor de nuestra cultura y nuestras tradiciones musicales, por enriquecerlas y renovarlas con obras de calidad, asimilables al público, para que no perezcan.
Porque cuando esa cultura se muere también mueren la dominicanidad y la patria aquella de la que tanto hablamos. ¡Arre, Rocinante!